Todas las fases emocionales por las que pasamos al escribir una novela
En los diez años que llevo dedicándome a escribir novelas, he aprendido muchas cosas. Sobre narración, creación de personajes, corrección, planificación, documentación, publicación... Y, en los últimos tiempos, también sobre inteligencia emocional. Al menos, sobre inteligencia emocional aplicada a la relación que tengo con mis propias novelas. No soy psicóloga ni lo pretendo, pero hoy me ha apetecido compartir por aquí algo que creo que puede ayudar a otras personas que se enfrentan a esa especie de montaña rusa emocional que nos deja dentro escribir una novela.
Yo soy una tía intensa, no lo puedo negar. Cuando algo me gusta, me encanta-superencanta-requetechifla. Cuando no, lo odio-es una mierda-no lo puedo soportar. Curiosamente, creo que en todo lo relacionado con los libros (como escritora y también como lectora) soy mucho más calmada que en mi vida en general. He aprendido a mirar las diferentes fases emocionales con algo de distancia, con una cierta frialdad que creo que es fundamental para hacer las cosas bien y, sobre todo, para no acabar en un manicomio.
Voy a ser sincera (y quizá un poco ofensiva): me dan una pereza terrible algunos mensajes que leo de escritores en redes sociales. Hay días en que entro a Instagram o Twitter y me da la sensación de que no hay (casi) nadie normal, como si solo hubiera dos opciones: o bien sangrar y sufrir cada parte del proceso creativo como si les estuvieran sacando las palabras con un escalpelo o bien disfrutarla tanto que cada día es especial, maravilloso, vibrante, el día en que han escrito el mejorcísimo capítulo de su vida (igual que ayer, y anteayer, y ante-anteayer...). Esto último me parece un poco patético (más que nada, porque la palabra «especial» pierde todo significado si se usa a diario), pero al menos entiendo que quienes envían esos mensajes será porque realmente disfrutan de esto. Pero ¿y lo otro? ¿No está pasadísima de moda esa leyenda de que hay que sufrir para escribir algo bueno? ¿De verdad a alguien le merece la pena una profesión que es un calvario diario? ¿O será que todo, lo de unos y lo de otros, es una pose para exhibir en redes sociales?
No voy a decir que escribir una novela sea como cualquier otro trabajo porque estaría mintiendo. Por supuesto que en toda profesión creativa hay un componente emocional. Y en esa fase en que la novela es solo nuestra (antes de mostrársela a lectores cero, correctores, editoriales o quien sea) es muy fácil que nuestra propia percepción de ella sea variable y poco ajustada a la realidad. Yo me considero muy objetiva a la hora de juzgar mis propias novelas y, aun así, hay muchos momentos del proceso de escritura en que rozo la esquizofrenia.
Lo más importante que he aprendido sobre mi relación con mis propios manuscritos es que siempre, absolutamente siempre, hay diferentes fases emocionales. Y que eso no es malo. Al contrario, creo que son necesarias. Yo he conseguido incluso tener identificado el ciclo de mis propias fases emocionales, que es más o menos así:
- Cuando se me ocurre la idea, llegan unos días de brutal ebullición creativa, en la que se van formando en mi cabeza los detalles de la novela (personajes, ambientación, argumento, etc.), durante los cuales pienso que es la mejor idea que absolutamente nadie en el mundo ha tenido jamás.
- Durante la fase de planificación, empiezo a flaquear, sobre todo si es una historia que requiera mucha documentación. Al tercer libro que leo sobre el tema, empiezo incluso a odiarlo un poco. Y si alguno de esos libros que leo es muy bueno... no dejo de pensar que es tontería que yo escriba sobre ello, porque nunca conseguiré hacer algo tan brillante.
- En el momento en que me pongo a escribir, todo son dudas. Es lógico, no conozco a los personajes y me cuesta encontrar su voz. Y también la mía, porque normalmente llevo un tiempo sin escribir y me parece que estoy oxidada y solo me salen frases erráticas. El comentario más habitual durante esta fase es «Yo creo que esto que estoy haciendo es una puta mierda».
- Hacia la mitad del proceso, cuando ya estoy metida en faena pero aún no demasiado cansada, estoy on fire. Es mi mejor momento. Vivo convencida de que estoy escribiendo la mejor novela de mi carrera, la que siempre he querido escribir, la que supone un salto de calidad brutal dentro de mi narrativa...
- Y entonces llegan los últimos capítulos, cuando, normalmente, estoy agotada ya (es lo que tiene escribir en modo maratón). Y me parece que no le he dado un final digno a la novela y puede que ni siquiera toda la historia tenga sentido alguno.
- Primera lectura después de acabar de escribir: «Dios mío, es bueno. ¡Es muy bueno! ¡¡Es una puta pasada!!».
- Segunda lectura, después de un tiempo de reposo y la primera corrección sobre el ordenador: «Pero ¿qué es esto? ¡¿Cómo he podido pensar que esto era bueno?! ¡¡Es una puta mierda!!».