No os podéis ni imaginar la ilusión que me hace escribir esta entrada. Como algunos de vosotros ya sabréis, los últimos meses de mi vida como escritora (y creo que no tengo ninguna otra vida aparte de esa) han estado dedicados en cuerpo y alma a los hermanos Sullivan. Como ya he contado alguna vez, la historia de los hermanos Sullivan surgió allá por el mes de agosto de 2015, cuando me apeteció experimentar con la romántica new adult escribiendo un pequeño relato (podéis ver cómo lo presentaba en el post Romántica new adult | Parker y Amy: el pasado presente). Desde entonces, han pasado muchas cosas: la más importante de ellas, que a bastante gente le gustó ese relato y me pidió más. Yo también quería más, así que de esa pequeña historia acabaron surgiendo otras dos (un poco más largas): Travis y Emily: el pasado imperfecto y Preston y Lisa: el futuro presente. Al final, me volví loca ya del todo y decidí escuchar a las fans de los Sullivan y convertir Mark y Alice: el futuro perfecto en una novela larga. Una novela que me costó sangre, sudor y lágrimas sacar adelante, pero que no me ha dado más que satisfacciones.
La semana pasada os hablaba en mi post de los jueves de dos lugares a los que aprendí a amar con una novela en la mano: París y Londres. Me enamoré de las dos ciudades antes incluso de viajar a ellas y ahora que creo conocerlas a fondo, las redescubro cada vez que leo un libro sobre ellas. Podéis leer la entrada de la semana pasada pinchando aquí: Dos escenarios de novela romántica a los que viajar con un libro en la mano (Europa). Me quedaba pendiente el otro lado del charco. Y, si os ocurre como a mí, que leéis sobre todo novela romántica americana, sabréis que hemos descubierto muchos lugares gracias a ellas. Os voy a contar mis favoritas:
Ya no sé ni cuántas veces he dicho que las dos cosas que más me gustan en este mundo son leer y viajar. Entre otras cosas porque, para mí, siempre han sido dos obsesiones aficiones muy relacionadas. Y, desde que me metí en esta locura de escribir, ya son tres las pasiones que se me juntan. Esto último lo pude comprobar muy pronto: en el primer viaje que hice después de empezar a escribir, una trama se me metió en la cabeza de tal manera que tuve que aparcar durante unos días la escritura de Pecado, penitencia y expiación (mi primera novela) para darles vida a los personajes que me rondaron la cabeza aquellos días. Algún día, espero que dentro de no mucho, tendréis noticias de este proyecto, por cierto.
El martes se cumplió un año de una de las decisiones más importantes de mi vida: convertirme en escritora de novela romántica. El 8 de marzo de 2015 era domingo. Como ya conté en mi primera entrada de este blog (Y, un día, de repente), ese día, me encontraba mal, de bajón, medio depresiva. Mi vida había sido un huracán de cambios en los meses anteriores y el maremoto de sentimientos me había engullido. En menos de un año, había vivido un divorcio espantoso –supongo que todos lo son–, me había tenido que marchar de la que había sido mi casa durante ocho años, me había mudado a un apartamento y había volcado todas mis energías en reformarlo... Y, de repente, no tenía nada que hacer con mi tiempo libre. Ojocuidao, estaba rodeada de vida social, como siempre... Salía con amigos, viajaba, pasaba tiempo con mi familia y habían quedado muy atrás las noches de melancolía sentimental. Pero me faltaba algo. Había un hueco. Un hueco que en el pasado, quizá, había rellenado con un matrimonio que funcionaba solo a ratos o con proyectos que yo misma sabía que no tenían ningún futuro incluso antes de empezar con ellos (pintar alpargatas, definitivamente, no me llenaba lo suficiente).
El post de hoy os lanza una pregunta: «¿qué es una novela romántica?» Y diréis vosotros: «Pues vaya chorrada, Abril, hija... Una novela romántica es una novela que habla del amor, ¿no?». Pues no. O sí. O yo qué sé. Ese es el tema.