De vez en cuando se me cruza en el camino (en realidad, en las redes sociales) un tipo de mensaje que seguro que muchos de vosotros también habéis visto. Ya veréis cómo os suena de lo que os hablo. Suelen tener como reclamo a una persona famosa con una historia pasada desgraciada.
Pepito Pérez, hoy estrella mundial del cine, trabajó tres años como barrendero antes de lograr su sueño gracias a su perseverancia. Hoy es multimillonario. ¡Nunca dejes de intentarlo!
Lo he visto sobre Lady Gaga, su triste historia de acoso escolar y su consecución del éxito algunos años después.
Lo he visto sobre Peter Dinklage, el actor que interpreta a Tyrion Lannister en Juego de Tronos, que vivió en un apartamento infestado de ratas mientras soñaba con triunfar a pesar de que solo le ofrecían papeles de elfo y similar.
Lo he visto sobre Cristiano Ronaldo y su infancia llena de privaciones en Madeira.
Por si no me chirriara lo suficiente todo el concepto en sí, no hay meme de estos que no resalte como fundamental que ahora son millonarios, como si esa fuera la aspiración más importante que pudiera tener un ser humano. Como si no pudiéramos hacer el contra-meme de todos estos con los ejemplos de decenas de multimillonarios exitosos en sus profesiones que han demostrado ser tremendamente infelices. No hace falta ni nombrarlos, seguro que se nos vienen mil ejemplos a la mente.
Me he ido por las ramas. De lo que quería hablar es de la puta falacia de la perseverancia. No me entendáis mal. Es fantástico ser perseverante. Es loable dejarse el alma por un sueño, dedicarle todas las horas que tu cuerpo esté dispuesto a concederte. Es casi imposible triunfar, signifique eso lo que signifique, sin esfuerzo.
Pero es una mentira muy dañina hacer creer a la gente que con perseverancia se puede conseguir todo. Volviendo a los ejemplos anteriores, creo que nadie negará que Lady Gaga, Peter Dinklage o Cristiano Ronaldo tienen toneladas de talento en su profesión. Yo mañana puedo ponerme a darle patadas a un balón con toda la perseverancia del mundo, pero tengo serias dudas de que venga el Manchester United a ofrecerme la camiseta con el 7 a la espalda.
Dicen por ahí que el éxito es una combinación, en diferentes proporciones según el caso, de talento y esfuerzo. Bien, no suena mal, pero... ¿y la suerte? ¿Por qué nadie habla de la suerte? Entiendo que es una magnitud más difícil de medir que el esfuerzo o el talento, pero ¿somos tan inocentes como para creer que no influye en nada?
Cuando me preguntan, muy a menudo, cómo he llegado a vivir de la escritura, siempre digo que con un 1% de talento, un 49% de esfuerzo y un 50% de suerte. Sí, me he dejado el alma currando, eso no me lo puede negar nadie. Le he echado horas, me he formado, he renunciado a mucho ocio (y, sobre todo, a muchas horas de sueño) para lograr el éxito en esta profesión. Y digo «lograr el éxito» porque nunca he dudado que mi definición de ello es poder vivir en exclusiva de la escritura.
Venga, aceptamos barco: tengo un poquito de talento y he currado mucho. ¿Todas las personas con un poco de talento y mucho curro pueden vivir de escribir? JA. JA-JA-JA.
El hecho diferencial es la suerte. Así de duro. Lo otro es necesario, imprescindible, pero eso de «estar en el lugar indicado en el momento oportuno» es lo que suele acabar decantando la balanza. Vuelvo a mi propio ejemplo (no es egocentrismo, lo juro, es que me gusta hablar de lo que he vivido en primera persona): si yo hubiera escrito mi primera novela y la hubiera enviado a editoriales en vez de haberla autopublicado, estoy segura de que mi carrera sería otra. Probablemente nadie la habría querido, yo habría creído que no valía para esto y nadie habría oído hablar de Abril Camino en los años posteriores.
Y ese es solo uno de los mil momentos clave de mi carrera en que tuve MUCHA SUERTE. Otro fue publicar Sangre y tinta en un tiempo en que el new adult autopublicado lo petaba (y así llegaron los primeros lectores más o menos numerosos). Otro fue que se me ocurriera empezar a autopublicar en 2015, cuando en Amazon éramos cuatro gatos y había muchísima más visibilidad que hoy (estoy segura de que, si debutara hoy, no me comería un rosco). Y así podría seguir contando mil detalles que fueron decantando la suerte a mi favor.
Ojo. Podría haber sido más afortunada, por supuesto. Por seguir con un ejemplo de los anteriores, podría haber autopublicado un par de años antes incluso de cuando lo hice, allá por 2013, cuando casi todos los autores que vendían en Amazon recibían ofertas de editoriales y buena parte de ellos han acabado convertidos en best sellers. O podría haber debutado con una novela superventas (de esas solo he tenido una y llegó cinco años después de la primera) y que mi carrera hubiera ido lanzada desde el primer día.
Es imposible determinar todas las variables en las que influye la suerte. Pero es también absurdo negar que juega un papel crucial en la consecución del éxito, literario o de cualquier otro tipo. No tengo ninguna duda de que las figuras más prominentes de cualquier profesión tienen un talento indudable en su campo. Tengo incluso menos dudas de que han perseverado mucho para conseguirlo y que le echan mil horas de trabajo para seguir en la brecha. Pero cualquiera de ellos que niegue que ha tenido suerte... me parecerá un ególatra incurable.
He retomado el blog después de mucho tiempo porque me indignan esos memes de los que os hablaba al principio (algún día juro que escribiré aquí sin que la motivación sea algo que me cabrea, palabrita). Y me indignan porque hacen daño. Porque frustran. Porque le sugieren a gente que sueña con cantar que lo único que los separa de convertirse en Lady Gaga es su propia falta de esfuerzo. Porque culpabilizan a quien no lo consigue, como si no ganar el Oscar, el Grammy, el Bafta y el Globo de Oro en el mismo año fuera responsabilidad tuya por no esforzarte lo suficiente. Porque añaden esa coletilla mierdosa de «y ahora son millonarios» como si esa fuera la clave de la felicidad. Y porque no entienden que, a lo largo y ancho del planeta, hay millones de personas que cada día cantan, actúan, escriben o juegan al fútbol sin soñar con ser como las grandes estrellas, sino simplemente porque eso los hace felices. Probablemente, mucho más felices de lo que nunca serán quienes crean unos memes supuestamente motivadores que lo único que consiguen es desmotivar.