Y aquí estamos de nuevo con el repaso mensual a mis lecturas, que ha vuelto a cifras tirando a psicóticas. Especialmente, teniendo en cuenta que a estos dieciséis habría que añadir unos cuantos que he leído por correcciones (mías y de otros) y como lectora cero. He pasado de veinte en total, eso seguro. Por suerte, parece que septiembre ha querido premiar mi productividad con el mejor regalo que se nos puede hacer a quienes estamos locos por los libros. Dos lecturas de esas inolvidables, de las que llegan al alma y se quedan ahí a vivir. ¿Queréis descubrir cuáles son? Pues tendréis que leer todo el rollo anterior 🤣🤣
No siempre hace falta haber leído un montón de libros de un autor para que pase a formar parte de nuestros favoritos. Ya en esta misma sección os hablé, por ejemplo, de Hanya Yanagihara, que es una de mis autoras contemporáneas favoritas después de haber leído solo dos libros suyos (en realidad, solo con Tan poca vida ya lo había conseguido). Y la autora de la que voy a hablar hoy pertenece a ese mismo equipo. De Taylor Jenkins Reid he leído solo dos libros. Suficientes para saber que voy a querer leerme todo lo que publique forever and ever.
Me he pensado mucho si escribir o no esta entrada. Porque a algunas personas quizá les suene a pataleta, y ese no es mi estilo para nada. Llevo años y años preparando una entrada de blog titulada «La difícil relación de un escritor con las críticas» en la que una de las primeras cosas que digo, y que mantendré siempre, es que un lector que se ha gastado los dineros en una de nuestras novelas tiene todo el derecho a expresar su opinión sobre ella. Solo faltaría.