Cinco lugares en los que buscar inspiración para escribir
Escrito por Abril Camino - 11 agosto
Uno de los problemas más comunes a los que se enfrentan los escritores es la falta de inspiración. Quieres escribir, o tienes que hacerlo, y no sabes sobre qué. Os voy a contar un secreto: a mí no me ha pasado nunca. Mi problema suele ser el contrario: cuando estoy en medio de la escritura de una novela, ya tengo en la cabeza toda la trama, los personajes y el pack inspiratorio completo para la siguiente. Por eso me ha extrañado siempre mucho una pregunta que me han hecho de vez en cuando: «¿de dónde sacas las ideas?». Y sobre eso he decidido escribir hoy. Sobre los mejores lugares para encontrar la inspiración, la ambientación o, simplemente, las ideas para escribir una (o mil) novelas. Estos son los míos, que no tienen por qué funcionarle a todo el mundo, claro:
Los viajes
El número 1 absoluto del top. Viajar seguramente sea la cosa que más me gusta hacer en este mundo. Con eso, ya tengo asegurado el estado de ánimo a tope cuando estoy de viaje como para que la inspiración encuentre un lugar acogedor en mi cerebro en el que asentarse. Pero, además, se dan una serie de circunstancias que ayudan: desde lo más grandioso (conocer lugares increíbles, culturas tan diferentes a la nuestra, pisar suelos en los que se desarrollaron acontecimientos que solo conocemos por los libros de historia) hasta lo más tonto (horas perdidas en estaciones, autobuses y aeropuertos en las que no hay nada mucho mejor que hacer que pensar, o largas horas de desconexión total del móvil por la ausencia de WiFi).
Los libros
Por supuesto. Los libros que leemos serán siempre la fuente de inspiración por excelencia para nuestras propias historias. Pero cuidado con esta arma de doble filo: entre la inspiración y la imitación hay una barrera muy fina que no deberíamos traspasar jamás. Nos os voy a aconsejar que busquéis la inspiración en los libros ni que dejéis de buscarla porque, simplemente, es inevitable. Detrás de todo gran escritor se esconde (o debería esconderse) un gran lector, así que siempre tendremos en el subconsciente las historias de otros que nos emocionaron. Lo único que puedo añadir es que hagáis vuestras historias lo más vuestras posible. Nadie quiere leer una (posiblemente mala) versión de otra cosa.
La gente
Así, en general. Las personas que nos rodean o que conocemos circunstancialmente pueden ser nuestra mejor fuente de inspiración. Yo no sé si es que vivo en un entorno muy loco (a ratos sí), pero os juro que mi realidad suele superar a casi cualquier ficción. Seguro que a todos nos pasa: esa amiga que nos cuenta una cita Tinder que nos hace reír a carcajadas por lo inverosímil, esa madre de un amigo que está completamente loca, las conversaciones surrealistas en el office de la oficina o ese conocido que todos tenemos que no paramos de pensar que está pidiendo a gritos ser el protagonista de su propia película (o novela, ya que estamos). Yo tengo anécdotas que no puedo escribir en los libros porque nadie se las creería... ¡y son reales! Seguro que vosotros también. Si eso no es inspiración literaria, que me expliquen qué lo es.
Las fantasías
No hablo de sexo, no. O no solo. Pero ¿quién no ha soñado nunca con imposibles? Quizá a los dieciséis años soñábamos con recorrer el mundo montadas en una furgoneta Volkswagen clásica. O con vivir en el campo rodeados de animales y fabricando nuestros propios yogures, por decir algo. O con ser una estrella de Hollywood y exigir en los hoteles setenta y tres toallas blancas y una cesta de frutos rojos. Yo qué sé. Cada uno es libre de tener los sueños que quiera. Así que... ¿por qué no darles forma? No digo que la protagonista tenga que ser un trasunto de nosotras mismas, pero sí que podemos coger esas cosas con las que soñamos algún día (puede que incluso en el presente) e introducirlas en una trama, darles forma y hacer esa pequeña magia que transforma las palabras escritas en novelas.
El aburrimiento
He dejado para el final la madre de todos los lugares inspiratorios. El aburrimiento más absoluto. Pero el aburrimiento en una situación muy concreta: el impuesto. Me explico... No soy una persona con tendencia a aburrirse. Más que nada, porque siempre tengo más cosas que hacer (sea por obligación o porque me apetece) que tiempo para hacerlas. Así que lo de pasarme una tarde de domingo metida en casa sin nada que hacer y tonteando con el mando a distancia aburrida... no me pasa nunca (a veces hasta me apetecería, oye). Pero sí hay un tipo de aburrimiento que sufro de vez en cuando, como todo el mundo, supongo. El de estar en un lugar en el que no te apetece estar. Puede ser una conferencia aburridísima en la universidad, el cumpleaños de un conocido en el que la gente no tiene ni idea de pasarlo bien o una película en el cine que ha resultado ser un coñazo infumable. Ahí, os lo aseguro, están las mejores ideas.
Os voy a poner el ejemplo de cómo surgió del aburrimiento una de mis novelas (Sangre y tinta, un new adult que escribí y publiqué allá por 2016). A mí me encanta la ópera, es una de las cosas que más me gusta en el mundo, y siempre aprovecho las pocas representaciones que hay en mi ciudad para ir. Suelo disfrutarlas mucho, pero, a finales de 2015, me aburrí como una ostra en una representación de La flauta mágica. No sé si es que tenía yo un mal día o que no le cojo el punto a Mozart, pero el caso es que estuvo a punto de darme un parraque cuando a la media hora estaba deseando largarme y me quedaban otras dos horas y media sentada en la butaca. Así que desconecté. No había nada que pudiera hacer: ni hablar con mi acompañante ni consultar treinta y cinco mil redes sociales en el móvil ni largarme. Así que me puse a darle vueltas a una idea que se me había ocurrido semanas antes y... salí del auditorio con media novela hecha.
Esta es mi experiencia y espero que mis lugares para buscar la inspiración os motiven y alguno de ellos os sirva para sacar la creatividad y regalarnos historias que disfrutar en el futuro. Solo os voy a decir una cosa más, el único lugar en el que jamás he encontrado la inspiración: delante del portátil, dando vueltas y vueltas a la pregunta «¿Qué puedo escribir?». Porque, para que haya síndrome del folio en blanco, tiene que haber un folio en blanco.