Si has llegado hasta este post, es de suponer que estás interesado en escribir una novela romántica. Así que vamos a empezar por el principio: la idea. ¿Habéis dejado ya de leer? ¿Habéis pensado ya «ah, bueno, eso no me interesa; yo la idea ya la tengo muy clara»? ¿Estáis seguros de ello?
Si sois lectores asiduos de este blog, sabréis que hace relativamente poco tiempo que me metí en este loco mundo de la novela romántica. Al menos, como escritora; como lectora, había caído hace ya algunos años. Hace solo medio año que empecé a escribir mi primera novela, allá por el mes de marzo (lo contaba en la primera entrada de este blog, Y un día, de repente). También habréis leído sobre algunos de los mayores retos a los que tuve que enfrentarme, como Salir del armario o soportar esas ideas preconcebidas que la gente, a veces, tiene sobre una persona que escribe novela romántica (Novela romántica: los prejuicios).
El new adult ha llegado para quedarse. No sé si al mundo de la novela romántica, pero, definitivamente, sí a mi vida. Hace poco más de un mes, publiqué mi primer relato new adult, Parker y Amy: el pasado presente. No os voy a engañar, cuando empecé a escribirlo, era poco más que un experimento. Siempre he escrito novela romántica contemporánea. Mi primera novela, Pecado, penitencia y expiación, incluso se acercó peligrosamente al género sentimental. Tengo un par de borradores escritos de novelas contemporáneas. Novelas largas, de una extensión similar a Pecado, penitencia y expiación. Entonces, ¿cómo he acabado escribiendo relatos new adult? Hay muchas posibles respuestas, pero supongo que la que eclipsa a todas las demás es que me apasiona este género.
Hoy, por primera vez y sin que sirva de precedente, he decidido cederle el teclado a un conocido mío que os quiere contar unas cosillas. Ahí os lo dejo:
Vivir sola mola un montón. Pero un montonazo. Supongo que únicamente quien vive solo valora todos esos momentos en que el simple hecho de pensar en compartir sofá con otra persona podría matarnos de un ataque de pereza extrema. En mi caso, vivir sola fue una imposición del guión de la vida, que suele superar con creces el argumento de cualquier novela. No me llegó la oportunidad hasta hace algo más de un año, bien rebasada la barrera de los treinta. Por más que en plena adolescencia me imaginara a mí misma diez años después viviendo una existencia súper alternativa en pleno Portobello Market (que era lo más hippy que conocíamos en los 90, antes de que a Julia Roberts le diera por enamorar a Hugh Grant allí al lado), lo cierto es que a los veinticinco ya había hecho la transición de pasar de casa de papá y mamá a irme a vivir con mi novio. Así que, hasta los treinta y tres años, no descubrí las mieles de la independencia completa, de tener una casa para mí sola. Y ahí llegaron los problemas. ¿Es maravilloso vivir sola? Sí. ¿Es todo un camino de rosas? No. Ahí van los dramas de la vida de soltera y algunas posibles soluciones.