En los últimos meses, os he ido contando cositas sobre la Saga Destino. He hablado de las ciudades en las que transcurre Viajando hacia mi destino (en dos entradas: esta sobre Cracovia y Praga, y esta sobre Viena, Bratislava y Budapest) y os he hablado también de ese paraíso donde Diego y Lucía viven alguno de los momentos más especiales de Decidiendo mi destino. Pero me quedan algunas cosas por contaros, y quiero hacerlo hoy porque... ha llegado el momento de decirles adiós. Diego y Lucía llevan exactamente dos años ocupando mi cabeza, desde aquel abril de 2015 en que me fui de viaje por Europa central mientras empezaba a dar mis primeros pasos en esto de escribir. Y es el momento de que se vayan, de que ya sean solo vuestros, y que yo me dedique a otras cosas (que prometo contaros muy muy prontito).
Os voy a hacer una confesión: esta entrada lleva mucho tiempo flotando en mi cabeza. Muchísimo. Desde antes de publicar la Saga Destino. Y, de hecho, esos dos libros son el motivo por el que no la publiqué antes. Porque tenía miedo de que Lucía, su protagonista, cayera mal (muy muy mal) a las lectoras, y que pareciera que el motivo por el que me lanzaba a escribir fuera una mala capacidad para asumir las críticas. Sorprendentemente (para mí), mi Lucía no ha sido muy criticada, así que ahora sí que me he decidido a hablar de esto.
Hace unos meses, escribí una entrada en la que me preguntaba por qué somos tan exigentes con las protagonistas de novela romántica. No tengo mucho que añadir a lo que dije en aquella ocasión, que, por si os da pereza pinchar en el enlace, viene a ser lo siguiente: un enorme porcentaje de las lectoras de novela romántica es implacable con las protagonistas de las novelas, a las que se tacha de insoportables y de muchas otras cosas con una frecuencia exagerada, mientras que a los personajes masculinos (que, curiosamente, suelen ser los que más la lían en la trama) se les perdona todo.
Hoy no me voy a enrollar mucho... Más que nada, porque estoy de vacaciones. Sí, esa extraña palabra que los escritores no usamos casi nunca porque solemos utilizarlas para trabajar más de lo habitual. Pero esta vez no. Esta vez me he venido de viaje sin el portátil en la maleta (los milagros existen) y con la intención única y absoluta de desconectar. Y, para eso, tengo la suerte de conocer un lugar que siempre consigue obrar la magia. Y ahí es donde estoy (que estéis leyendo hoy esta entrada no es otro milagro, es que la he dejado programada para daros envidia de la mala).
Esta semana, en mis redes sociales, dejé caer pistitas sobre una gran novedad que os iba a comunicar este jueves y... aquí está. Hoy os voy a hablar de los hermanos Sullivan. Sí, sí, como si no hubiera pasado un año desde que les dije adiós. Y es que, en las últimas semanas, les he vuelto a decir hola, a meterlos de lleno en mi vida y a hacerles algunos cambios que han traído esta novedad que llega hoy. Bueno, más bien novedades, en plural. Estas son: