Un día, de repente, me vi sin nada que hacer. Literal. Nada a que dedicar mi tiempo. Quien me conoce sabe que no puedo pasar más de tres segundos sin un proyecto en mente, sea darle un nuevo aire a mi trabajo, cambiar el color de las paredes de mi casa o matricularme de un curso de portugués a distancia (o de cualquier otra cosa igual de productiva).
Ese día, alguien vino a mi casa y me dijo que necesitaba algo con lo que ilusionarme, un nuevo proyecto. Y ese algo estaba ahí, aunque yo en ese momento no lo supiera.