Teoría y práctica sobre los trolls literarios

Escrito por Abril Camino - 04 agosto


He tenido que esperar unos meses para escribir esta entrada. Esperar hasta que se me hayan calmado las aguas internas que me provocan los trolls de internet, en general, y los literarios, en particular. No voy a decir que ahora esté en una fase de «me la suda todo», porque ni siquiera creo que fuera bueno. Pero sí es verdad que he comprendido muchas cosas que, hasta hace unos meses, ni siquiera me había planteado. Bueno, cuando digo muchas cosas, en realidad, es solo una: que hay mucha gente suelta por ahí que debería comprarse una vida.


Hace unos meses, por mucho que me guste mi actitud habitual de no preocuparme demasiado nada por lo que piensen los demás, viví unos momentos bastante complicados a raíz de unas críticas absolutamente despiadadas hacia mi trabajo. Y no voy a ser yo quien diga que mi trabajo es maravilloso e incriticable, pero la clave del asunto está en ese adjetivo, en ese despiadadas, que me preocupa menos como escritora que como ser humano. Porque, pensémoslo... ¿qué lleva a alguien a aprovechar el anonimato para machacar, insultar y perder completamente los papeles en su relación con otra persona, a la que, encima, ni siquiera conoce?


Troll de internet
Le voy a decir a esta chica a la que no conozco de nada que es una puta y una zorra porque escribió un libro de un tema que no me interesa, me lo bajé sin saber lo que era, me leí doce páginas y vi la palabra «follar».

Yo acepto que un libro, un artículo o cualquier formato en el que yo escriba no te guste, querido troll. Joder, cómo no lo voy a aceptar, si soy la persona más autocrítica del mundo y, probablemente, el defecto que un lector encuentre en un libro mío ya lo haya encontrado yo antes... En el caso de los artículos, sean aquí, o en cualquiera de los medios con los que trabajo o colaboro, veo una solución muy sencilla si no te gustan: cierra la página. No has pagado por llegar hasta un artículo mío, así que no veo qué te puede llevar a indignarte de semejante manera si no te gusta el contenido.

En el caso de los libros, supongo que has pagado. Digo supongo porque hay algo así como 30 veces más copias de mis libros distribuidas ilegalmente que compradas en Amazon. Pero vamos a ser optimistas y suponer que lo has pagado. En ebook te ha costado como mucho 2,99 euros (suponiendo que hablemos de mis dos novelas largas, Pecado, penitencia y expiación y Mark y Alice: el futuro perfecto). En papel, poco más que el coste de producción y envío (creedme si os digo que casi no gano nada de las ediciones en papel de mis libros). Bueno, la economía de cada uno es la que es y 2,99 € (o 1,59 €, si hablamos de las novelas cortas de los Sullivan) te dan derecho a protestar si el producto que recibes no es de tu agrado.


No estoy seguro de si es un troll, o solo alguien estúpido

Dejado claro el derecho que tiene el consumidor a la pataleta si se ha encontrado con un producto que no le satisface, pasamos al formato de esa pataleta. Como es normal, he recibido todo tipo de críticas de mis libros y me enorgullece ver que la gran mayoría son positivas. Alguna negativa hay, claro, y la mayor parte de ellas está bien argumentada y es constructiva. Pero también hay otras. Os voy a contar un par de ejemplos:

Cuando publiqué mi primera novela, Pecado, penitencia y expiación, recibí unos cuantos mails tachándome de inmoral. El adjetivo me la puso un poco dura, no os voy a mentir. Mola bastante que tu primera novela romántico-erótica le parezca inmoral a alguien. Me jodería bastante más que un lector me dijera que pensaba leérsela a sus sobrinos de siete años. El caso es que esos mails se prolongaron durante unas cuantas semanas. Siempre aderezados, claro, por los «puta», «zorra» y «a saber qué guarradas has hecho para escribir algo así». Encantador.

Con los artículos me ha pasado alguna vez algo similar. Y lo más divertido de los trolls internáuticos es que en un mismo artículo (generalmente, los que, a priori, parecen cero polémicos) me han llegado a acusar de machista recalcitrante que perpetúa roles patriarcales y de feminazi radical que quiere acabar con la población masculina de este mundo. Y muchos añadían «claro, siendo escritora de novela romántica, ¿qué se puede esperar?». Así, a golpe de martes y en los comentarios de un artículo en el que recomiendo, por ejemplo, buena música para pasar la semana.


Never Feed the Troll

El mundo ha perdido la puta cabeza. Esa es la conclusión que saco. Esa, y que el anonimato de internet ha convertido a mucha gente en conductores cabreados o hooligans radicales. Porque, hasta hace unos años, los dos únicos terrenos en los que el ser humano sacaba lo peor de sí mismo era en un campo de fútbol o al volante en una rotonda. Ahora, tenemos también internet. Y, escondidos tras ese anonimato, personas que probablemente sean de lo más normal en sus vidas cotidianas (o no) dan rienda suelta a una inquina que me da hasta miedo pensar de dónde puede provenir.

Los «puta» y «zorra» están a la orden del día. Es el peaje que se paga en esta sociedad por tener vagina, además de relevancia pública (y ya me diréis vosotros qué relevancia pública tengo yo, que me conocéis cuatro gatos y que la primera vez –y única, hasta ahora– que alguien me reconoció por la calle, casi me pongo a dar saltos de felicidad). De vez en cuando tengo que borrar algún comentario de ese tipo en el blog, o en Facebook o en mi canal de YouTube. «Tu libro es una mierda chabacana e inmoral. Solo piensas en follar y follar, con la de cosas bonitas sobre las que se puede escribir» es el que me ha tocado borrar hoy y que me ha animado a escribir esta entrada. Aparentemente, el usuario en cuestión esperaba encontrar un tratado sobre los árboles de hoja panduriforme en la sección de ficción erótica de Amazon. Pero, bueno, bastante pena me da que considere «follar y follar» como lo opuesto a algo bonito. Debe de estar haciendo algo mal, y de ahí su inquina.

Hace ya tiempo, alguien más listo que yo me dijo que la piel de los que nos dedicamos a profesiones creativas es muy fina. Es cierto. A mí me duele más que me digan, aunque sea en el tono más agradable y constructivo del mundo, que la descripción de uno de mis personajes es floja y que no le transmite nada, de lo que me dolía hace unos años que un alumno me dijera que no había entendido bien mi explicación sobre el present perfect. En lo que creamos nos dejamos parte del alma (o deberíamos hacerlo, creo yo) y que te critiquen eso es como que te critiquen a un hijo. Pero yo decidí hace unos meses que me tenía que hacer la piel gruesa. O impermeable, al menos. Que me resbalen las críticas hechas a doler. Que no tienen ningún sentido y que me parto en la cara de quien dice que «es el precio que hay que pagar por la exposición pública» (ni que fuera yo Belén Esteban) o que «va en el sueldo» (ni que fuera yo Cristiano Ronaldo). Que no, joder, que me la suda. Que el que lea un libro mío y, al acabarlo, solo se le ocurra llamarme «puta» o decirme que «es una mierda» se puede ir yendo a donde yo os diga. Que se compren una vida. Y que aprendan algún insulto un poco menos sexista, ya que estamos.

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