Reivindicando la novela romántica (frente a tanto imbécil suelto)

Escrito por Abril Camino - 19 octubre


Que sí, que ya lo sé, que hoy tocaba post de la serie de consejos para autores noveles. Que el lunes pasado os prometí que, quizá, ya os daría las primeras pautas para empezar a teclear. Peeeero... no. La semana pasada me pasó algo, una pequeña anécdota sin más importancia, que me hizo darme cuenta de que, antes que ninguna otra cosa, debería haberos advertido de lo que os vais a encontrar. De lo que la gente va a pensar cuando, al fin, le echéis valor para decir «escribo novela romántica» (si es que es el género por el que os habéis decantado, que es el caso de la mayoría de los que os pasáis por aquí). Hace algunas semanas, os hablé ya de los prejuicios sobre la novela romántica. ¿Preparados para leer el segundo capítulo? No os va a gustar, eh. Advertidos quedáis.

Hace unos meses, decidí alquilar el antiguo piso de mis abuelos. Encontré a unos chicos interesados. Jóvenes, con negocio propio, aparentemente normales, y del pueblo "de toda la vida". Me pagaron el primer mes, no volvieron a pagar ninguna mensualidad ni los suministros y acabaron yéndose dejando el piso en un estado lamentable. ¿Cuál fue el primer comentario de una amiga con la que hablé de este tema? «¿Qué eran? ¿Rumanos?».

Hace aproximadamente un mes, contraté un servicio publicitario para mi (otro) trabajo. Después de dar cuarenta mil vueltas, hoy se confirmó que me habían timado. La empresa me pidió una señal, la ingresé en su cuenta y nunca realizaron el trabajo. El propio dueño de la empresa me dijo hoy claramente que no tiene nada a su nombre y que no voy a poder demostrar nada. Vamos, un «se siente, te hemos tangao» en toda regla. Cuando llamé a mi abogada para preguntarle si podía hacer algo, su respuesta fue: «¿Cómo contrataste todo? Por internet, ¿no?». Pues no. La empresa timadora tiene una sede física a tres pasos de mi casa.

¿Veis por dónde voy? ¿No? Es que me enrollo mucho, coño... Pues que estoy de los prejuicios hasta los santos cojones hasta las narices. Prejuicios everywhere... Y, claro, la romántica no iba a ser menos. De hecho, es más. Es lo más de lo más en prejuicios.
 
Mafalda lo sabe todo
A veces creo que toda la sabiduría
de nuestra era está en Mafalda
Esta mañana, he recibido en mi (otro) trabajo a un comercial que venía a venderme no sé qué. En breve entenderéis por qué no escuché una mierda de lo que me contó. Después de un ratito de peloteo comercial, no sé ni cómo acabé comentándole que mi otro yo, el que no estaba allí aguantando su rollo, era escritora. Reproduzco a continuación el diálogo que se me vino encima:



—¿Escritora? ¡Vaya, qué interesante! —Tela marinera, pero tú le dirás eso a toda persona a la que le quieras vender algo, chaval.

—Sí, ya ves.
—¿Y qué escribes?
—Libros. —Os lo juro, yo no quiero ser borde, pero me sale solo.
—Pero ¿libros de qué?
—Novela romántica.
—¡Ah! ¿En serio?
—Emmm... sí.
—No te pega nada... Pareces una persona... no sé... preparada.
—¿Disculpa? —Lo que más me gusta de mí misma, con muchísima diferencia, es la capacidad que tengo para arquear la ceja. Os juro que a veces me toca la raíz del pelo.
—Quiero decir... Como antes me has contado que trabajas como freelance, en temas informáticos y tal, todo así, muy moderno... No sé, no es la imagen que me hacía de una escritora de novela rosa. Claro. Rosa. ¿Cómo no iba a salir esa palabra?
—Y, a ver... Cuéntame. ¿Cómo es esa imagen? —Esto ya repantigada en la silla, disfrutándolo.
—Pues, yo qué sé, ja-ja-ja... Como una señora mayor en una mecedora.
—Claro. Comprendo. Vamos, que no tienes ni puta idea. —En serio, se lo dije. El síndrome de Tourette no diagnosticado es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

¿Somos así las escritoras de romántica?
Así somos las escritoras de romántica. Claro.
Huelga decir que el tiempo que podría haber dedicado a comprarle la mierda el producto que pretendía venderme, lo dediqué a entrar en Twitter y escribir lo siguiente:
 
Enfadada en mi Twitter
Me sorprendió mucho la respuesta de la gente en Twitter y, en parte, por eso me decidí a escribir este post. Porque, si decidís apostar por el sueño de escribir una novela, y esa novela es de género romántico, os vais a hinchar a escuchar tópicos de mierda.

No soy yo muy de sacar galones, pero me tengo a mí misma por una persona con cierta cultura. Soy un poco coñazo a veces y suelo preferir ver un documental bien denso sobre la Segunda Guerra Mundial que Gran Hermano. Y lo digo sin ninguna prepotencia cultural, que quede bien claro. Entre otras cosas, porque si a la misma hora que ese documental hay un Mirandés–Osasuna, me paso al fútbol cerveza en mano. Sí, sí, en serio. Que te puede gustar la novela romántica y el fútbol al mismo tiempo. Es más, como en mi caso, pueden ser las dos putas cosas que más te gustan en el mundo.
Fútbol y novela romántica
Fútbol + novela romántica = muero de placer
El tema de la prepotencia cultural me pone muy nerviosa. Estudié Filología Hispánica, primero, y Filología Inglesa, después. Creedme que siete años en una facultad de Filología te dejan vacunado contra la prepotencia cultural. Entre las lecturas obligatorias de las carreras y mi propia enfermedad mental, me lo he leído todo. Todo. Si digo que me apasiona Shakespeare es por dos únicos motivos: el primero, que realmente me gusta; el segundo, que yo sí lo he leído (y no hablo de Romeo y Julieta, que es probablemente lo peor que escribió). Si digo que no me he aburrido más en los días de mi vida que leyendo El Quijote, lo digo sin rubor y también por dos únicos motivos: el primero, que me aburrí como una ostra; el segundo, que yo sí lo he leído. No siento ninguna necesidad de entrar en GoodReads y darle cinco estrellas a todos los clásicos y una a todo lo que suene a best-seller. Me lo pasé teta leyendo El código Da Vinci, aunque me da el cerebro para saber que su calidad literaria deja muchísimo que desear. Pero es que también me lo paso teta viendo American Pie, por más que mi peli favorita sea Casablanca. Veis por dónde voy, ¿no?
¿Vergüenza por leer novela romántica?
Fuera la vergüenza, por Dios. No habrá cosas de las que avergonzarse...

El caso es que entre unas cosas y otras, mis amigos me tienen por una persona más o menos culta. El 99% de ellos están fascinados con esta faceta mía de escritora y tengo unos niveles de apoyo por su parte que me emocionan (y lo digo totalmente en serio). Pero hay un 1% que siempre, absolutamente siempre que hablamos de mis libros, me dice una de estas tres frases:
  • «Escribes muy bien. ¿Por qué no pruebas con otro género?».
  • «Deberías escribir novela negra».
  • «Deberías escribir novela fantástica».
Vamos, que un 1% de mis amigos son unos prepotentes culturales, o lo fliparon con Stieg Larsson y creen que eso es el súmmum de la novela negra, o lo flipan con Juego de tronos y creen que solo puedes ser escritor si creas mundos y esas cosas. Dicho esto con todo mi respeto (y admiración) hacia la novela negra, que es uno de mis géneros literarios favoritos, y hacia la fantástica.

Una imagen que nunca está de más
Esta imagen nunca sobra, ¿verdad?

Todo este tema de los prejuicios me da una pereza que no os la podéis imaginar. Me lleva pasando desde la universidad. Aún me acuerdo de la coletilla con la que muchísima gente me obsequiaba cuando les decía que estudiaba Filología: «¿No te dio la nota para otra cosa?». Pues mira sí. Me daba la nota para lo que me diera la gana, pero decidí estudiar Filología porque, al contrario que tú, que estudias lo que tu papá decidió, yo hago lo que me sale del higo tomo mis propias decisiones. Claro que yo tuve unos padres que me repitieron hasta la saciedad que estudiara lo que me diera la gana, que si era buena, no iba a haber diferencia entre una carrera y otra. Debían de tener algo de razón, porque no he dejado de trabajar de lo mío ni un día en los doce años que hace que acabé mi primera carrera (lo precarios o no que fueran esos trabajos ya es otro tema, claro, pero yo no elegí nacer en este país). Lo bueno de ser de letras es que nos acostumbramos a los prejuicios desde muy jóvenes, rodeados en el instituto por compañeros que pensaban que no sabíamos ni sumar por el simple hecho de haber elegido la opción que nos dictaba la vocación. Compañeros a los que me habría encantado ver pelearse con el participio concertado y el ablativo absoluto en latín, por cierto.

El caso es que tras ser prejuiciada por ser de letras en la adolescencia, y por la carrera elegida en la juventud, a ver si alguien se cree que me importa una mierda la opinión de quienes me prejuician ahora por escribir romántica. No, no es una cuestión personal. Lo que me indigna de verdad es que me lo digan a la cara. Esto es España, por Dios santo, ¡hablad a mis espaldas! No me apetece tener que contestaros, ni me apetece perderos el respeto por tener esa estrechez de miras, ni explicaros que esa novela negra de la que ahora habláis con la boca henchida tenía hace unos años la misma fama de mierda que tiene ahora la romántica, ni, precisamente por esa estrechez de la que os hablaba antes, tenéis la capacidad de entender que todos los géneros son igual de respetables si están bien escritos. Ya les gustaría a muchísimos escritores de prestigio tener el estilo literario de Sherry Thomas, Rachel Gibson o Linda Howard, por poner tres ejemplos al azar. Hay mil más. Mil. Algunos de ellos sin salir de España. Pero, ¿qué más da? Es literatura para mujeres, al fin y al cabo, ¿no? Quizá ese sea el origen de todo el problema...

Mucho orgullo y nada de prejuicio
El único prejuicio literario aceptable
Me he enrollado muchísimo cuando todo lo que tenía que decir se puede resumir fácilmente: si vuestro sueño es escribir una novela romántica, luchad por él. Formaos. Escribid. Leed. Leedlo todo, todo lo bueno. Cuando alguien os pregunte qué estáis leyendo, no contestéis «Naaaa, una novelita». Recordadles a quienes os juzguen que Jane Austen, Flaubert, Tolstoi o Capote también escribieron sobre el amor. Esforzaos en que vuestra novela sea lo mejor posible. Salid de ese armario en el que nos metemos solas. Y, sobre todo, recordad que escribir una novela con un estándar de calidad aceptable es MUY difícil y conlleva MUCHÍSIMO trabajo, sea de género romántico o de cualquier otro.

O, simplemente, aplicadle esto a cualquiera que se atreva a juzgaros:

La peineta definitiva

El lunes que viene más y –espero– menos cabreada.

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