«La vida después de ella», entre bambalinas

Escrito por Abril Camino - 20 febrero

«La vida después de ella», entre bambalinas

Hoy hace dos semanas que salió a la venta La vida después de ella y no puedo negar que lo único que me ha dado son alegrías. Tenía un poco de miedo a esa salida de zona de confort que suponía publicar una novela cuyo tema principal no fuera una relación romántica, pero la respuesta no ha podido ser mejor. Prometo no volver a dudar de la confianza de los lectores, que siempre es mayor de lo que espero. Así que aquí estamos, con la entrada habitual sobre las bambalinas de esta historia, la historia detrás de la historia. No hay demasiados spoilers, pero creo que esta entrada se entiende mejor después de haber leído la novela; avisados quedáis.


1. Esta novela surgió sin que la esperara en absoluto. Normalmente, suelo dejar un tiempo entre el final de un proyecto y el comienzo de otro. Por mucho que tenga la idea ya en la cabeza, no me parece bueno empezar a escribir sin dejar unas semanas (o, al menos, unos días) de limpieza mental y de estilo. Bien, pues aquí ocurrió todo lo contrario. Acabé de escribir La petición de Olivia a finales de octubre de 2018, un sábado. El domingo se me ocurrió esta historia y le di un par de vueltas. El lunes empecé a escribirla.

Los caminos de la creación literaria son inescrutables. Es así. Siempre recomendaré el método de despejar la cabecita antes de volver a empezar con una historia, pero a mí me funcionó. Con dos novelas absolutamente diferentes en trama y estilo, además. No sé por qué ocurrió. Pero me salió bien y, de repente, me vi con dos novelas acabadas casi al mismo tiempo. Locuritas muy mías, no nos engañemos.
La vida después de ella

2. «¿Se puede escribir una buena novela en un mes?». Ojalá alguien me diera un euro cada vez que he leído esta pregunta en un blog, la he escuchado en un evento literario o me la han hecho a la cara. Un día os respondo por aquí en toda mi extensión, pero hoy toca hacer la confesión sobre cuánto tardé en escribir esta (el borrador, en realidad, que no es lo mismo que la novela). Cinco días. «Eso es imposible». Vale, no, en serio. CINCO DÍAS. No, yo tampoco sé cómo ocurrió. De hecho, iba a ser en cuatro días, justo el tiempo real de la novela (los protagonistas pasan cuatro días en una casa en las montañas), pero se me cruzó un problema personal y fue en cinco. Vaya drama, eh 😂. Evidentemente, luego llegó mucho trabajo de revisión, corrección, relectura, añadir por aquí, borrar por allá... un año casi de trabajo, aunque el grueso de la novela... pues eso, fue en cinco días. A unas 9.000 palabras al día en jornadas de veinte horas. Sí, estoy fatal de lo mío. 


3. Esta es la novela mía con mayor número de capítulos, a pesar de ser una de las más cortas. Son unas 45.000 palabras divididas en 69 capítulos. Es así porque, desde el principio, imaginé la novela como un diálogo entre los dos únicos personajes (Elisa y David). Habla uno en primera persona en un capítulo, habla el otro en el siguiente... y así sucesivamente.

4. Ha sido un poco difícil para mí hablar de esta novela, promocionarla. Porque no me gusta decir que no es una historia de amor, porque creo que si algo hay a raudales en esta novela es amor. Que no enamoramiento. Es una historia que habla del cariño infinito que sienten dos personas destinadas a no volver a verse.

La vida después de ella, ya a la venta

5. David es uno de mis protagonistas masculinos favoritos, precisamente porque creo que es el más real de todos. Un chico normal

6. Y no, no hay musos. Ni de él ni de ella. Nunca tuve una imagen en mente mientras escribía y me pareció absurdo buscar una después que se adaptara. Tampoco hay tablero en Pinterest, precisamente por eso, porque no es una novela con ninguna inspiración de paisajes, imágenes o personas más allá de la imagen de la portada. Y como tampoco hay música... tampoco tenemos lista de Spotify esta vez.

7. Y hablando de la portada... creo que nunca había sido tan fácil (para compensar el HORROR que han sido otras). Tenía claro que quería una casa en las montañas en la portada, rodeada de nieve, y esa fue la búsqueda que hice en el banco de imágenes. Dudé entre la elegida y otra, me gustó más cómo quedó montada esta... y listo. Ojalá así todas las portadas de mi vida.


8. Hubo una novela que me inspiró. No sé por qué nos da siempre como reparo decir esto. La inspiración está a años luz de la copia o el plagio; es algo bueno; leyendo es como aprendemos a escribir. A mí, al menos, como autora, me parecería un orgullo inspirar a otros. Lo dicho: la novela que me inspiró fue La amaba, de Anna Gavalda, que narra la visita de una mujer recién divorciada al padre de su exmarido. La historia es muy diferente, pero nunca hasta que leí esa novela me había planteado escribir sobre esa relación familiar en particular (suegros-yernos-nueras) y me despertó la curiosidad que acabó fructificando en la historia de Elisa y David.

9. Uno de mis terrores favoritos durante el tiempo que ha estado reposando esta novela fue que la gente pensara que era una especie de segunda parte, spin off o secuela de En una casa blanca a la orilla del mar. Por cómo acaba esa novela. Por el título de esta. Y porque mi amiga Alice Kellen me dijo que poner una casa en la portada no ayudaría (gracias por esa paranoia, Alice; como si necesitara más de las que me creo yo solita). Afortunadamente, nadie más que nosotras se lo planteó.

La vida después de ella

10. Y hablando de eso, La vida después de ella es totalmente autoconclusiva y se acaba aquí. Tampoco se me ocurriría por dónde seguir si quisiera hacerlo, pero como es algo que siempre se pregunta... por aquí dejo la confirmación.

11. En una de las referencias al pasado compartido por David y Blanca, la hija de Elisa, se habla de una ruptura. Bueno, más bien una conversación entre una pareja que acaba de separarse y confirma su ruptura en un paseo... por el Retiro. ¿Que qué tiene eso de curiosidad? Que es la TERCERA conversación de ruptura que escribo en ese parque. ¿Recordáis Decidiendo mi destino? ¿E Imposible canción de amor? Os juro que no tengo un trauma. Los únicos momentos que he pasado en el Retiro en los últimos veinte años han sido firmando en la Feria del Libro de Madrid, rodeada de amigas y sin dramas amorosos a la vista. No sé si tengo un trauma oculto o qué, pero sí tengo una cosa clarita: si algún día vuelvo a conocer varón y nos vamos de visita a Madrid, no me lo llevo al Retiro ni-de-co-ña.

12. La gente que me conoce se empeña en buscar similitudes entre mi vida y mis novelas. E incluso quienes me conocen mejor... no aciertan nunca. Se les pasan cosas que son obvias y se montan películas que a mí ni se me habían pasado por la cabeza. Normalmente lo único mío, real, que hay en mis novelas son anécdotas pequeñas, mías o de mi entorno, que reciclo. ¿Sabéis cuando Elisa dice que, si la condenaran a muerte y tuviera que elegir una última comida, sería un bocadillo de jamón y una Coca-Cola? Llevo desde que tengo uso de razón escuchando a mi madre decir eso, así que... había que inmortalizarlo en novela.

13. Cuando acabé de escribir la novela, para mí estaba cerrada e incluso me parecía que bastante redondita. Hasta que la releí y eché algo de menos. O no lo eché de menos, pero me pareció que faltaba. ¿De qué hablo? De un epílogo. Malditas rutinas de escritora de romántica, así os lo digo. Hay novelas que piden un epílogo y novelas que no; eso lo he tenido siempre claro. De hecho, últimamente echo bastante de más los epílogos, tanto escribiendo como leyendo. Pero nunca había escrito una historia sin él. Y me sentía rara. Pregunté a mis lectoras cero y coincidieron en algo que yo ya sabía, aunque estuviera confusa por momentos. «Si escribes un epílogo, te cargas la historia». Y creo que es verdad. Una de las mejores cosas de esta novela me parece precisamente que cada lector imagine qué pasará en el futuro (si le apetece hacerlo). Es posible que para unos lectores el final feliz fuera una cosa y para otros, otra. Así que mejor no darlo todo tan masticado.


14. Y por último... hay una palabra que estuvo rondándome siempre la cabeza mientras escribía. Empatía. Esa cualidad que creo que todos deberíamos practicar más. Me parece que la manera de recibir, entender y creerse esta novela varía mucho según el nivel de empatía de quien la lee. Se puede entender a David y sus decisiones o no, lo mismo con las de Elisa, lo mismo con las de Blanca. Pueden respetarse. O pueden odiarse. O sentirse identificado. Hay un abanico muy amplio de sentimientos que puede provocar (creo). Yo soy demasiado empática (no lo digo como una virtud; a mí un asesino en serie me cuenta lo suyo y acabo abrazándolo), así que suelo entender y, sobre todo, respetar las decisiones de todo el mundo.

Y creo que eso es todo. Como os he dicho, La vida después de ella llegó por sorpresa y, hoy en día, es una de las historias que sé que me acompañarán durante mucho tiempo. Probablemente para siempre. Solo me queda, como siempre, daros las gracias a todos por la maravillosa acogida y por ser gasolina para seguir adelante.

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