Así me organizo para escribir cuatro novelas al año (o más) y tener una vida

Escrito por Abril Camino - 09 febrero


La entrada de hoy me da un poco de vergüencita. Más que nada, porque no me considero ninguna gurú de la planificación. Pero es cierto que muchas muchas veces en los últimos tiempos, me he encontrado con que alguien me preguntaba cómo me lo montaba para publicar más o menos cuatro novelas al año, además de tener otros trabajos y, bueno, algo parecido a una vida. Cuando digo cuatro novelas al año (que no es que sea una cifra exacta, pero más o menos van por ahí los tiros), hablo de novelas en serio. O sea, con su trama, su construcción de personajes y sus (muchas) fases de corrección. Y sí, cuatro novelas de estas al año es una cifra bastante brutal. Así que hoy voy a explicar mi planificación mental, que no sé yo si es gran cosa, pero a lo mejor algunos trucos os sirven para algo.


Dividir bien las horas entre las tareas que tengo cada día

Por explicarlo a grandes rasgos, yo tengo tres grandes grupos de tareas, todos ellos relacionados con la escritura: uno es mi trabajo en Trendencias; otro son las correcciones, maquetaciones y coaching que hago para otros autores; y, por supuesto, el tercero es escribir libros. Lo primero que hago cada día es hacerme un planning mental de las horas disponibles y repartirlas entre las tareas pendientes (sí, tengo una agenda en la que apunto todo y, si algún día la pierdo, matadme, por favor).



Evidentemente, mi trabajo en Trendencias me ocupa una parte enorme de la jornada laboral de lunes a viernes, así que hago lo que puedo con el tiempo restante. En fin de semana, intento repartir el tiempo mejor entre el ocio (que tengo una vida, en serio) y escribir mis novelas. Vamos, no es que sea un gran misterio esto que os cuento, pero es importante, cuando tenemos demasiadas tareas cada día, saber repartirlas en el tiempo del que disponemos.

Saber identificar para qué cosas tengo más el cuerpo

Cuando tenemos un trabajo creativo, el esfuerzo y la constancia son importantes, pero, no nos engañemos, una parte tiene que ser de inspiración. Y las musas tienen un sentido del humor muy particular. Se les suele dar muy bien eso de desaparecer justo el día en que tienes unas cuantas horas para dedicarle a la escritura. ¿Qué hacer si no tienes el cuerpo para escribir? Lo primero, no obsesionarnos con que estamos perdiendo un tiempo precioso. Cambiar de tercio. Seguro que hay un millón de cosas relacionadas con la vida literaria que puedes hacer aunque la inspiración no quiera aparecer. Por ejemplo (en mi caso): pegarle ese cambio de look al blog para el que nunca encuentro momento, responder mails e interacciones en redes sociales, corregir (algo que suele necesitar menos inspiración que escribir)... Y, si nada de esto funciona... cerveza y Netflix suele ser una combinación ganadora. Tampoco nos torturemos por meter un poco de ocio no planificado en nuestras vidas.



Aprovechar las oportunidades

A veces, podemos tener un libro al alcance de la mano (para publicar, me refiero) y no nos damos cuenta. Un buen ejemplo son mis dos últimas publicaciones. La Guía práctica de autopublicación en Amazon (en ebook y papel) surgió de un curso que impartí en vídeo para la plataforma MOLPE. Para grabar los vídeos, evidentemente, tuve que escribir unos guiones. Un día que estaba inspirada, pensé «¿y por qué no convierto esos guiones, que ya tengo escritos, en un manual?». Solo consistía en convertir esos guiones un poco caseros en un manuscrito bien redactado y darle un formato decente. Y, luego, claro, maquetar, buscar una portada, etc. Elaborar los guiones para el curso me llevó un buen tiempo. Convertirlos en un libro... poco más de una semana.



Otro ejemplo es Mi hogar serás tú. Lo que empezó como un relatito corto para enviar a los suscriptores que pensaba enviar solo a los suscriptores de mi blog acabó convertido en un libro publicado. ¿Por qué? Pues porque consideré que la historia lo merecía. 

Todos los escritores tenemos historias en el cajón (o casi todos, supongo). Eso no significa que sean peores historias; quizá las escribimos en un momento que... no era su momento. Quizá podamos retomarlas. Quizá solo necesitan un proceso de corrección o reescritura. No es hacer trampa, es aprovechar las oportunidades.

Dormir poco

¿A que esta parte ya no os parece tan guay? Esa suele ser la respuesta corta cuando alguien me pregunta de dónde saco la productividad. Porque todo lo que os he contado hasta ahora es verdad, sí, pero la gran verdad es que todas mis novelas me han robado muchas horas de sueño. En mi caso, además, la musa siempre aparece cuando la gente normal se está yendo a la cama. No es que tenga yo una rutina muy muy fija, pero, en épocas en las que estoy más centrada en escribir que en otras tareas (corregir, editar, etc.), mis horarios suelen ser, más o menos, de 23.00 a... lo que el cuerpo aguante. He hecho de todo: irme a trabajar la mañana siguiente de reenganche, dormir una horita en el sofá cuando ya no puedo más y seguir escribiendo después, etc. No es lo habitual, claro, que tampoco estoy tan loca. Pero sí que, entre semana, no suelo dormir más de 3-4 y, a veces, una minisiesta cuando acabo mis tareas en Trendencias y me meto en lo puramente literario. (Si os lo estáis preguntando, sí, el fin de semana recupero horas de sueño de una manera brutal).




Hacer lo que me da la santísima gana con mi tiempo libre


Y, si es trabajar, que lo sea. Hay muchos fines de semana en que me apetece infinitamente más quedarme en casa en pijama escribiendo que ir al cine, a cenar o salir de copas. Y os aseguro que ir al cine, cenar y salir de copas son cosas que me encantan (mucho). Pero escribir también. Mucha alguna gente de mi entorno me ha criticado por ello. «¿Pero cómo te vas a quedar delante del ordenador con el buen día que hace?». «¿En serio te apetece más quedarte trabajando que salir de fiesta?». «Te va a dar algo con tantas horas delante del portátil». 



Que quede claro que no soy una antisocial, ni creo que para ser productiva en esto de escribir libros haya que serlo. Es más una cuestión de libertad personal. No tengo yo treinta y seis añazos para que alguien venga a decirme lo que debería hacer un sábado noche. Y sí, sigo saliendo de fiesta más que cualquier persona en su sano juicio, pero si un sábado (o muchos) me apetece más escribir en pijama que calzarme el taconazo, no pienso sentirme culpable por ello (y dar explicaciones, muchísimo menos).

Asumir que nunca más me aburriré

Esto ya no sé si es una buena o una mala noticia. Pero es real como la vida misma. En los más o menos dos años que hace que empecé a dedicarme a esto, no recuerdo ni una sola tarde de esas en que no sabes muy bien qué hacer y te aburres. Al contrario, suelen apetecerme demasiadas cosas a la vez y no existe ni una rendija para que se cuele el aburrimiento. La frase «no he hecho nada en todo el día» ha desaparecido de mi repertorio. No digo que esto sea necesariamente bueno, pero, para una persona con mi nivel de hiperactividad, es absolutamente maravilloso. No hay nada que odie más que el aburrimiento.



Que lo que hago me apasione


No. No hablo de que me guste mi trabajo. Hablo de pasión, de locura, de obsesión. Yo nunca he tenido un trabajo que no me gustara y me considero muy afortunada por ello. Pero era eso. Me gustaban. Solo. Lo cual se traduce, en la vida cotidiana, en que estaba satisfecha con mi profesión, pero me cagaba en todo cuando sonaba el despertador y vivía un ataque de pereza mortal los domingos por la noche, cuando veía ya el lunes al final del túnel. 

Ahora me da igual que sea lunes o sábado. Me da igual que suene el despertador. Me da igual saber que estoy en una de esas épocas locas de trabajo y que el fin de semana me va a tocar hacer quince horas diarias delante del portátil. Es más... es que ME ENCANTA que eso ocurra.



A lo mejor estabais esperando una fórmula magistral. Un «si haces esto así, al pie de la letra, te saldrán cuatro o cinco novelas al año». No hay trucos en esto. Solo esa combinación de organización, esfuerzo y, sobre todo, mucha pasión por lo que hacemos.

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