Dos años escribiendo, el Día de la Mujer y tres palabras en un tatuaje

Escrito por Abril Camino - 09 marzo


Confesión: soy una friki de las fechas. Da igual que sea la menos crédula del mundo, la que más odia las supersticiones y que huya de las tradiciones como de la peste. Mi cerebro tiene la horrorosa capacidad de retener todo tipo de fechas, y mi punto friki sale a relucir cuando las celebro a mi (siempre extraña) manera. Y de todas las fechas favoritas que hay en mi vida, pocas son tan importantes y emocionantes para mí como el ocho de marzo.

Hay algo sobre el ocho de marzo que todo el mundo sabe: que es el Día Internacional de la Mujer. Quizá ese era el único día en que yo, que creo que ya era feminista antes siquiera de saber lo que significaba eso, podía darle el vuelco a mi vida que ahora sé que siempre estuve esperando. Ayer hizo dos años que decidí dedicarme a esto. El año pasado, cuando celebraba mi primer cumpleaños como escritora, ya conté cómo ocurrió.

Este mundo de la novela romántica es, por desgracia, un mundo casi exclusivamente femenino. Sí, desgraciadamente. Yo no quiero que seamos las putas reinas de nada; quiero un mundo igualitario, en el que haya tantos hombres escribiendo novela romántica como mujeres arbitrando fútbol de Primera División, por ejemplo. Que no haya guetos. Entre otras cosas, aunque solo sea por mirar por nuestro interés, porque estoy convencida (y este es otro debate, que algún día me apetecerá emprender) de que la mala fama de este género tiene mucho que ver con el sexismo.

En fin, dejo el mitin para otro día, porque hoy estoy blandita y me apetece contaros una historia personal. La adelanté ayer en mis redes sociales, pero me apetece volver a contarla porque soy, básicamente, una tía muy pesada.

Cuando yo era una adolescente (o sea, en el año de la tana), me encontré una frase grafiteada en la valla metálica de una tienda de mi ciudad. Era esta:


Hoy en día nos encontramos con frases motivacionales de estas en Twitter, Facebook, Instagram y demás, pero, en aquellos tiempos, las ideas que nos marcaban estaban escritas en libros y paredes. Y esa frase, esa idea, se unió en mis cuadernos y los márgenes de mis libros a los poemas de Neruda, los versos de Robe Iniesta y alguna que otra frase de aquellas de la Superpop.

Un millón de años después, todos esos referentes (bueno, los de la Superpop, no) se han ido colando de una u otra manera en mis libros. Y, un día, escribí la historia de una chica que, como tantas en la vida real, se hizo mayor olvidando aquello con lo que soñaba de adolescente. Una chica que fue libre, que fue linda y que fue loca, y que no quiere ni puede encontrar la senda para volver a serlo. Una chica que fue durante mucho tiempo mi protagonista femenina menos favorita, pero que va camino de convertirse en todo lo contrario. Porque, probablemente, es la más real.


Esa chica se llama Lucía y es la protagonista de la Saga Destino. Y, debajo de su pecho izquierdo, tiene tatuada una frase que le recuerda a lo que un día fue: «Libre, linda y loca». Supongo que, a estas alturas de la vida, no es un secreto que me flipan los tatuajes. No sé por qué, nunca me había planteado que esa frase acabara sobre mi piel, pero una lectora me preguntó hace unos días si lo tenía tatuado, y vi la luz. ¿Y qué día mejor para pasar por las agujas que el ocho de marzo, ese día en que celebro mi aniversario literario, por un lado, y mi libertad para hacer lo que me da la gana, por otro? Así que... este es el resultado (aún un poco irritado y borroso):


Esta era la historia personal que me apetecía contaros hoy. La de ese grafiti, los dos años que llevo (feliz) escribiendo, la de mi tatuaje y la de mi Lucía. La del Día de la Mujer y todo lo que nos queda por luchar para llegar a la igualdad. La de novelas que hablan de protagonistas que se quieren a sí mismas por encima de todo y no defienden relaciones tóxicas y sexistas, que creo que es la única cosa de la que me siento capaz de presumir como escritora. La de mujeres libres, lindas y locas que cumplen sus sueños y se lo dibujan en la piel para no olvidarlo nunca.

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