Narrador y estructura: las dos decisiones más importantes que tomarás con tu novela
Hoy vengo por aquí a hablaros de uno de los temas en los que más insisto en mis cursos, porque llevo años convencida de que es una de las decisiones más importantes que tomamos cada vez que afrontamos la tarea de escribir una novela. Hablo de la elección de estructura y narrador.
Sí, sé que estas cosas suenan demasiado técnicas. Que (quizá) lo que nosotros queremos es escribir una historia que se nos ha ocurrido y ya, sin mayores pretensiones. Que estas cosas nos dan un poco de dolor de cabeza y no nos apetece darles demasiadas vueltas. Esto lo oigo muy a menudo, no os creáis. Pero hay algo indudable: todas las novelas del mundo tienen una estructura y un narrador (o varios, o una ausencia intencional de él); quiera su autor o no; los haya decidido su autor después de una reflexión o por simple casualidad; pero los tiene. Así que, una vez claro esto, mejor elegir el que queramos que dejarlo en manos del azar, ¿no?
No voy a meterme en discursos teóricos muy pesados en esta entrada; solo pretendo esbozar algunas pinceladas sobre el asunto. Y lo primero sería definir, a grandes rasgos, qué es la estructura de una novela y qué es su narrador. ¿En dos frases? La estructura es la manera en que el autor transmite la información (o sea, cuenta la historia) al lector. El narrador es quién hace eso (transmitir la información, contar la historia).
La estructura de una novela ofrece posibilidades ilimitadas. Hay tantas posibles estructuras como imaginación le quiera echar el autor a la hora de organizar la información. Lo más típico (lo que suele salir cuando no la pensamos) es una estructura lineal: tenemos unos hechos y los vamos contando en orden cronológico. Ojo, que sea la más habitual y la que menos dolores de cabeza suele dar al autor no significa que sea algo malo; hay miles de novelas que son auténticas obras maestras y que están narradas con una estructura lineal. Quizá incluso para una primera novela sea la opción ideal, pues puede que nos falte la experiencia para irnos a algo más complejo. Pero... ¿qué otras opciones hay?
Imaginemos por ejemplo una trama bastante habitual: una novela romántica de reencuentros; es decir, de una pareja que han estado juntos, llevan años separados, y ahora vuelven a reencontrarse. Como es lógico, es un argumento en el que el pasado tiene un peso importante. Por supuesto, podemos escribir la novela con una estructura lineal, haciendo las referencias necesarias al pasado dentro del propio transcurso de lo que ocurre en el presente (yo lo hice, por ejemplo, en La petición de Olivia). O podemos contar esa parte de la historia del pasado mediante analepsis o flashbacks, intercalados entre los capítulos del presente, de forma simétrica (un capítulo en pasado, un capítulo en presente, durante toda la novela o durante solo una parte) o asimétrica. Esto lo hice, por ejemplo, en Te quise como si fuera posible (flashbacks simétricos solo hasta la mitad de la novela, en este caso) o en El ayer, nosotros y un mañana imposible (flashbacks simétricos durante toda la novela).
Este es solo un ejemplo aplicable a un tema concreto, pero hay miles. La forma en que organicemos la información para transmitírsela al lector y que le vaya llegando en el momento apropiado es una decisión crucial que determinará por completo el resultado de una novela. Imaginad una novela negra: es completamente diferente (y válido de igual manera, por descontado) que el autor le diga al lector en el primer capítulo quién es el asesino que mantenerlo en el misterio hasta el final, o casi.
Muy relacionada con la estructura está la otra elección fundamental: el narrador. Quién le va a contar al lector la historia. Volvemos a este último ejemplo que he puesto: una novela negra es completamente diferente si nos la cuenta el asesino que si nos la cuenta el detective encargado de investigar el crimen que si lo hace un narrador omnisciente que lo sabe todo (y que decide, o no, transmitírselo al lector).
Los narradores, al contrario que las estructuras, no son infinitos. Suelen clasificarse en base a dos criterios: la persona gramatical en que hablan (1ª, 2ª o 3ª persona, del singular o del plural) y cuánto saben de la historia (si lo saben todo o solo saben lo referente a un personaje). Y, por supuesto, pueden utilizarse varios narradores en una misma novela (lo cual está directamente relacionado con el tipo de estructura que elijamos).
Los dos narradores más habituales son el de 1ª persona (generalmente en pasado, aunque también se usa bastante en presente) y el de 3ª persona omnisciente, es decir, que lo sabe todo (también habitualmente en pasado, aunque en los últimos tiempos se ha puesto muy de moda esta forma en presente). Otro día, para no eternizar esta entrada, os hablaré más en profundidad de los tipos de narrador y qué aporta cada uno, pero un aspecto clave es aprender a diferenciar entre escritor, narrador y personaje, aunque en ocasiones algunos de ellos compartan información o se solapen de alguna manera. Nosotros, como escritores, sabemos (o deberíamos saber) todo lo que pasa en nuestra novela. El narrador, no... salvo que sea omnisciente, claro, que entonces sí. Un personaje puede ser narrador de la historia (ocurre en la narración en 1ª persona), pero entonces no puede ser omnisciente, porque solo sabrá lo suyo, no lo que les ocurre o piensan otros personajes. Todos estos (y muchos más) son factores que debemos tener en cuenta a la hora de elegir al narrador (o narradores, si decidimos que haya más de uno) que tendrá nuestro manuscrito.
Existen muchos otros tipos de narradores, aparte de la tercera persona omnisciente y la primera persona en pasado o presente. El narrador testigo (un personaje secundario que nos cuenta la historia que presencia), el narrador en segunda persona (que se dirige a alguien presente o ausente de tú a tú), el narrador equisciente (que escribe en tercera persona, pero, al contrario que el omnisciente, no lo sabe todo, sino solo lo referente a un personaje). Las posibilidades no son infinitas, pero sí muchas, aunque voy a ser sincera: para una primera novela, o esos primeros pasos titubeantes que damos en el mundo de la escritura, yo no me complicaría demasiado. Un omnisciente en tercera persona o una primera persona en pasado son estupendos narradores para empezar. Y la experimentación con otras opciones ya llegará...
Pero que llegue. Bueno, o no, la elección es vuestra, como la de todo lo que ocurra en la novela de cada uno. Pero yo os confieso una cosa: no hay nada que me resulte más aburrido en un autor que leer seis o siete novelas suyas y que todas tengan la misma estructura y el mismo tipo de narrador. Una de las cualidades que más valoro en un escritor es su evolución y su capacidad para sorprender, así que mi consejo es que, cuando ya dominéis la técnica de los narradores más habituales, experimentéis, aunque sea en relatos cortos o cuentos, con otras opciones.
Yo tardé algún tiempo en darme cuenta de la importancia de la elección de estructura y narrador. Creo que no lo incorporé como una parte fundamental de esa fase de pensar en la idea (os hablaba hace poco de las fases de escritura de una novela) hasta La petición de Olivia. Antes, esa etapa de convivencia con la idea la dedicaba solo a pensar en la historia, en qué iba a pasar, en si los protagonistas se enfadarían, se reconciliarían o se besarían en esta parte de la historia o en aquella. Cuando escribí La petición de Olivia, la empecé en primera persona. Llevaba unas cinco o seis mil palabras cuando me di cuenta de que no funcionaba, pero... no sabía por qué. Después de darle mil vueltas al manuscrito y volverme medio loca, me di cuenta de que el problema estaba en esa elección de narrador que, en realidad, no era tal cosa; es decir, no había dedicado ni un segundo a elegirlo, sino que había optado por lo que se me cruzó por la cabeza en ese momento. Cuando me di cuenta de que la clave de esa historia estaba en escribirla en tercera persona omnisciente... todo fluyó.
Ahora, antes de empezar a escribir no solo pienso en qué va a pasar en mi historia. También en cómo lo voy a contar. Y me cuesta entender que antes no lo hiciera, la verdad, porque en mi cabeza ya son dos caras de una misma moneda. De hecho, en todas las novelas que he escrito desde entonces, el clic definitivo (el momento en que me siento ya preparada para empezar a escribir) es el instante en que tengo claros el narrador y la estructura que tendrá la historia.
Por último, dos consejos rápidos. El primero es recordaros que nada está escrito en piedra. A veces nos parece que la historia que tenemos entre manos es perfecta para ser contada en primera persona del pasado con algunos flashbacks intercalados, pero, cuando estamos ya metidos al lío de teclear, vemos que eso no fluye. Si esto os pasa, y si sospecháis que la causa puede ser una mala elección de narrador o estructura, no pasa nada por parar y probar si con otros funciona mejor. Quizá coger el primer capítulo y reescribirlo con otro narrador, a ver qué tal. Os sorprendería cuántas veces esos experimentos acaban en un «¡Anda, leche, si era esto lo que fallaba!».
El otro consejo es tan básico que casi casi me sonroja decirlo, pero... leed. De todo, pero todo bueno. A veces, cuando hablamos de narradores que se salen de lo habitual o estructuras complejas nos parece que solo aparecen en libros muy sesudos que nos van a aburrir si los leemos. Y no es así para nada. Una estructura muy diferente y compleja la podéis encontrar en Tiene que ser aquí, de Maggie O'Farrell, por ejemplo. Una ausencia de narrador, sin que la novela se resienta, sino todo lo contrario, la tenéis en Todos quieren a Daisy Jones, de Taylor Jenkins Reid. Un narrador testigo, en Indiscreción, de Charles Dubow (otra novela preciosa, una de esas 50 que me llevaría a una isla desierta). Un narrador en segunda persona, en El chico que dibujaba constelaciones, de Alice Kellen. Lo dicho: leyendo buenas novelas, variadas, sin prejuicios hacia lo diferente o experimental, conseguiremos abrir mucho la mente y nos entrará el gusanillo de experimentar en nuestras propias novelas.
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