A vosotras, mis lectoras (un charco sobre lenguaje inclusivo en el que me arrepentiré de entrar)
El otro día tuve una pequeña discusión en Twitter. Solo por este comienzo de post deberíais marcharos, porque seguir discutiendo en Twitter a estas alturas de 2021 solo es culpa de quien entra al trapo, es decir, yo. Igual que meterse en un charco sobre lenguaje inclusivo, que es justo lo que estoy a punto de hacer, porque tomar buenas decisiones se me está dando regular.
El caso es que el otro día me escribió un lector protestando porque en los agradecimientos de mis novelas me refiera «a mis lectoras». Que él es un hombre y se merece un lenguaje inclusivo.
Manda huevos, eh. Manda huevos. Siglos y siglos llevamos las mujeres teniendo que sentirnos identificadas en clase cuando se habla de «los alumnos», en nuestras carreras cuando se habla de «los trabajadores» y hasta viendo documentales de naturaleza y se habla de «el hombre» en contraposición a los animales no humanos. Y resulta que nosotrAs, las autorAs de novela romántica, que somos legión, con nuestras lectorAs de novela romántica, que sois legión… podemos ofender por hablar en femenino. ¿A alguien se le ha caído un poquito de patriarcado por aquí?
El lenguaje inclusivo es un melón, eso es así. Os lo digo yo, que mucho antes que escritora, soy filóloga y, además, una apasionada de la lingüística como disciplina. El mundo evoluciona —afortunadamente— y el lenguaje también lo hace —también afortunadamente—. Pero ambas evoluciones raramente son paralelas en el tiempo. Comprendo todas las motivaciones que hay en quienes buscan el lenguaje inclusivo tal como se lo conoce hoy (expresado en las variables «alumnos y alumnas», «alumnxs», «alumnes» o «alumn@s», por ejemplo). Cómo no las voy a comprender, si es de justicia que el lenguaje exprese con la mayor precisión posible las realidades que tiene como referente. Pero lingüísticamente no funcionan. Sin entrar en mayores detalles, «alumnos y alumnas» es un atentado contra la economía lingüística, que es uno de los principios básicos que rigen cualquier lengua. No porque lo digan unos señoros muy trajeados en una academia, sino porque es lo que indica el lenguaje natural. No hay más que escuchar uno de esos terribles discursos políticos en que solo les falta decir que van a cenar «solomillos y solomillas». Con respecto a «alumnxs» y «alumn@s» no funciona, simplemente, porque no tiene una correlación en la lengua oral. Y, por último, «alumnes» no le suena natural a (casi) nadie.
¿Significa toda esta explicación tan aburrida que estoy en contra del lenguaje inclusivo? No. Significa que aún no hemos encontrado la fórmula. Bien, sigamos buscándola y, sobre todo, dejemos que lo hagan quienes saben de las dos materias en liza: lingüística e igualdad.
Dicho esto, habréis entendido ya que yo nunca voy a escribir un libro en el que diga algo así como: «Quiero dar las gracias a los lectores y las lectoras, por ser quienes sostenéis los sueños de los escritores y las escritoras. También a mis amigos y amigas, a mis primos y primas, a mis tíos y tías…». Supongo que aquí es donde empiezan a odiarme los defensores (y las defensoras) del lenguaje inclusivo tal como está planteado ahora, pero… lo siento, soy escritora y el lenguaje merece un respeto. Ese texto entrecomillado no lo respeta.
Pero ¡ojo! El masculino usado como neutro está muy lejos de ser perfecto. Utilizar «lectores» para referirme a mi público, por ejemplo, que está formado en un 99% por mujeres (y quizá me quedo corta), es también un sinsentido. También es un sinsentido que, de un género leído casi en exclusiva por mujeres, lo que llame la atención es la manera en que las autoras nos referimos a nuestra audiencia, y no el hecho de que la mitad de la población haya hecho una renuncia voluntaria a leernos.
Cuando yo empecé en esto no me leía ni perry. Tenía unas ocho lectoras, podría hasta deciros los nombres de memoria porque eran las que interactuaban conmigo en las redes a diario. Luego, por suerte, llegó más gente; como he dicho, en su inmensa mayoría, mujeres. Así que seguí hablando en femenino tanto en redes como en entrevistas como en agradecimientos de mis novelas, etcétera. ¿Qué se supone que debería haber hecho? ¿Ver un día entre mis seguidores a un Pablo, un Diego o un Manolo y cambiar inmediatamente el género en el que me dirijo al público? No sé a vosotras, pero a mí me parece un acto de machirulismo nivel top pretender cambiar una forma de comunicarse porque en un lugar hay un 5.9% de hombres frente a un 94,1% de mujeres (dato exacto extraído de las estadísticas de mi cuenta de Instagram).
¿Os lo imagináis en la vida real? Pensad en un auditorio en el que se está dando una charla sobre cualquier tema y todo el público son mujeres; quien se dirige a ellos lo hace en femenino (por lógica y porque gramaticalmente debe ser así), pero en ese momento entra un hombre en la sala y… ¡ups! ¡Hay que cambiar todo el discurso! Se me ocurren pocas formas menos sutiles de pedir casito por parte de un hombre que exigir el cambio de género en una audiencia en la que eres absoluta minoría.
¿Qué? ¿Ya está todo el mundo cabreado conmigo, unos por una cosa y otros por otra? Sé que estamos en una cultura polarizada, en la que las posiciones equidistantes sientan mal, incluso en temas sobre los que el debate sería tan enriquecedor como en este. Las mujeres tenemos derecho a sentirnos representadas por el lenguaje y, en muchos casos, no es así. Que los hombres se quejen de su falta de representación en el lenguaje, como en casi cualquier otro ámbito, no puede más que darnos la risa, sinceramente. Pero creo que ninguna de las soluciones que se han propuesto hasta el momento para el género neutro funcionan. Pero, como decía antes, el lenguaje avanza y quizá dentro de unos años todos estemos hablando de una manera lógica, económica e inclusiva sin que el cambio haya sido traumático. Pero… ¿os cuento un secreto? ¿Doy ya el último paso para sumergirme en el charco? Incluso si eso llega a pasar, si encontramos un género neutro que funcione en el lenguaje, dudo que yo vaya a usarlo en mis novelas. ¡Hala, lo que ha dicho! Pero es que mi público no es neutro, no al menos de momento (ojalá en unos años me tenga que envainar esta entrada de blog). Mi público es femenino de forma casi unánime. No son lectores ni lectorxs ni lector@s. Son lectorAs. Y creo que se merecen estar representadas, aunque solo sea por esa pequeña letra que, a veces, supone una diferencia tan grande.
Hala, le voy a dar al botón «publicar» y esperar el chaparrón. O chaparrona.
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