En el día del lanzamiento de «Imposible canción de amor»... un mensaje a mi yo de hace cuatro años

Escrito por Abril Camino - 07 marzo


Hoy sale a la venta Imposible canción de amor, mi undécima novela. Yo hoy debería estar hecha una bola en un rincón, intentando tragarme los nervios del lanzamiento y mirando cada quince segundos las redes sociales para leer mensajes y ver el libro en manos de lectores, que es lo que más me gusta de este mundo.

Pero no. Estoy aquí, delante del portátil, echando la vista atrás y con un nudo de nervios y emoción en la garganta.


Confesión: soy una fanática de las fechas. Tengo una memoria increíble para recordarlas y me encanta celebrarlas a mi manera. Pocas veces he elegido una fecha de publicación al azar, casi siempre el día concreto ha significado algo. Curiosamente, Imposible canción de amor es una de las pocas novelas que he publicado en que la fecha de lanzamiento no dependía de mí, al ser una publicación con editorial. Por eso, cuando hace ya unos meses me confirmaron que saldría el 7 de marzo... lo sentí como una señal.


El 7 de marzo de 2015 fue un día horrible. Un día horrible dentro de un año espantoso en medio de un lustro infernal. Más o menos eso. En el año y medio anterior, había vivido una crisis de pareja (de una pareja que yo pensaba que jamás tendría una crisis), una separación temporal, una reconciliación que trajo más dolor que alegría y, finalmente, un divorcio. Tenía el corazón roto aún en ese mes de marzo, casi un año después de la separación definitiva, pero ojalá ese fuera el único problema.

Me había tenido que ir de la que había sido mi casa dos meses antes. Mejor no os explico lo que fue cerrar la puerta de un lugar en el que creía que iba a envejecer y que en aquel momento consideraba la casa de mis sueños.

Tenía un negocio, una academia de enseñanza, que llevaba más o menos un año yendo tan de culo como yo misma. La cuenta corriente de la empresa estaba a cero y cada mes recibía un mordisco mayor en la mía personal. A esas alturas, marzo de 2015, tenía que pedirle a mi madre treinta o cuarenta euros cada final de mes para pagar la luz de mi nuevo piso. Después de dos carreras, dos másteres, idiomas, cursos y horas interminables de trabajo, con 34 años tenía que pedir un rescate económico mensual. Y lo peor ni siquiera era eso. Era que había perdido hasta tal punto la ilusión que no tenía capacidad para hacer el esfuerzo de reflotar aquel negocio, de reinventarlo..., pero tampoco de cerrarlo y buscarme otra cosa. Ya llevaba demasiados fracasos a la espalda en un año, no me podía permitir uno más.


Y un sábado... exploté. Tenía resaca (que ya se sabe que no es el caldo de cultivo ideal para el optimismo) y, sobre todo, no tenía ningún proyecto. Y yo siempre había tenido un proyecto en mi vida, fuera montar una empresa, estudiar algo nuevo o hacer un viaje. Siempre. No sé vivir sin tener algo en mente que me motive a levantarme de un salto por la mañana. Y aquel día, aquel 7 de marzo de 2015, acababa de terminar el único proyecto que me había ilusionado en mucho tiempo: reformar el que ya era mi nuevo piso. Así que estaba aburrida, triste, con la cabeza llena de mierdas que se resumían en «¿qué coño va a ser de mi vida?» y sin ninguna ilusión a la vista.

Me gustaría decir que la decisión salió de mí. Pero eso habría sido demasiado fácil. Tuvo que ser mi exmarido (precisamente él) el que apareciera aquel día por mi casa para ver qué coño me pasaba y por qué llevaba todo el día intercambiando con él mensajes depresivos. Él fue quien me dijo eso de «tú lo que necesitas es un proyecto, porque no sabes estarte quieta» (creo que yo nunca me había dado cuenta de que era así). Y él fue quien añadió «¿por qué coño no retomas la novela aquella?».

Explicación a esto último: allá por 2010, cuando mi vida era todo arco iris de purpurina y cagaba felicidad, me había dado el punto de escribir una novela. Nunca le di demasiada importancia, ni a empezarla ni a abandonarla poco después, porque desde los quince años hasta 2015, hice cosas como empezar esa novela, dedicarme a pintar alpargatas, montar una especie de negocio de venta de manualidades con mi mejor amiga, plantearme montar una empresa para vender arroz con leche a domicilio (no comentemos esto, por favor), intentar aprender a calcetar, hacer el plan de empresa de una biblioteca-cafetería, escribir en unos ciento sesenta blogs de temáticas tan diferentes como el fútbol o el Trivial Pursuit... ¿Necesitáis que siga o ya habéis pillado que me ilusiono a lo loco con algo durante diez días y luego lo abandono? Pues eso...

El caso es que aquello me caló. Si algo había aprendido en casi dos años de avatares (des)amorosos, era a analizar las emociones, a poner en palabras lo que sentía. ¿Sabría hacerlo en ficción? Quizá podría intentarlo. Aún recordaba la trama de lo que había querido contar cinco años atrás. Sabía escribir no ficción, llevaba toda la vida haciéndolo. Abrí Google y busqué algo así como "curso para escribir novela" y creo que aquello desencadenó una providencial cadena de acontecimientos. Encontré un taller para escribir novela romántica (este) en el que se trabajaba sobre un manuscrito en concreto, así que no tenía excusa para no intentarlo. Quizá si el curso hubiera sido más teórico, lo único que habría sacado de él sería un diploma con mi nombre, pero... tres meses después, había acabado aquella novela.


No ha sido todo un camino de rosas. Tardé un año y medio en que alguien más que mi familia, amigos y unos pocos lectores compraran mis novelas. No se me pasaba por la cabeza vivir de esto, primero porque nos han convencido de que eso es imposible, y segundo porque en aquellos primeros meses ganaba unos veinte euros al mes con los royalties de Pecado, penitencia y expiación y de los libros de los hermanos Sullivan. Escribía porque me gustaba, porque me llenaba, porque fue la terapia que necesitaba en aquellos primeros meses de una nueva vida que me había llegado sin que yo la pidiera.

Cuatro años no es demasiado tiempo. O quizá sí, no sé. Yo no distingo las Olimpiadas de Atenas de las de Sydney, en mi cabeza pasaron más o menos al mismo tiempo, aunque las separaran cuatro años. A mí, en este momento, me parece que 2015 fue al mismo tiempo anteayer y hace dos siglos. Mi vida ha ido a la velocidad de la luz en este tiempo y una serie de casualidades se han ido entrelazando hasta llegar al día de hoy: una enfermedad grave acabó siendo el detonante definitivo para la mejor decisión de mi vida, que fue cerrar aquel negocio que solo me daba disgustos; eso me llevó a Trendencias, a tener más tiempo que nunca para escribir, publiqué varias novelas más, llegó la oportunidad de publicar Mi mundo en tus ojos con Titania y, a mediados del año pasado, la llamada de Ediciones B.

Ojalá pudiera decirle a aquella yo de hace cuatro años lo que iba a pasar. Ojalá pudiera decirle que habría un día en que trabajaría dieciséis horas al día sin mirar el reloj esperando que acabara la jornada. Ojalá pudiera decirle que en sus últimas vacaciones estaría casi casi deseando volver a casa porque había dejado a medias una historia que estaba deseando retomar.


No voy a decir que me da igual si Imposible canción de amor vende un ejemplar o cien mil, porque tonta tampoco soy y la luz tengo que pagarla cada mes. Pero casi. Aquel día en que me planteé escribir una novela, no es que no soñara vivir de la escritura algún día; me conformaba con no abandonar el proyecto a los quince días, como solía hacer con todo. Hoy saldré de casa a buscar mi nueva novela en FNAC o El Corte Inglés (posiblemente en los dos sitios y haciendo un poquito el ridículo con la emoción). Pero, sobre todo, cuando acabe el día, volveré a encender el portátil para encontrarme con la historia que tengo ahora entre manos. Le daré vueltas a la trama y me vendré arriba a lo loco el día que las piezas encajen. Releeré los diálogos y un día me parecerá que son una mierda y al siguiente que son una pasada. Me pasaré horas hablando con mis amigas escritoras de cada detalle de la trama. Lloraré el día que escriba los agradecimientos. Y la publicaré mientras la siguiente historia ya me ha pinchado con el gusanillo.

Han pasado cuatro años de un día de mierda y hoy promete ser un día maravilloso. No sé qué pretendía con esta entrada, más que vomitar algo que llevaba dentro. Pero, si alguien quiere sacar alguna conclusión de este rollo inmenso que he escrito, que sea esta: siempre, incluso cuando todo parece ser una mierda sin solución, hay esperanza. Es difícil estar en un pozo más negro que en el que me pasé yo el periodo 2011-2014. Tenía serias dudas de que algún día llegara a ver la luz y, si algo no se me pasaba siquiera por la imaginación, era que esa luz llegara a través de los libros. Hoy es un día bonito y se disfruta más cuando aún recuerdas los días feos. Solo me queda decir una cosa: un millón de gracias a los que me habéis traído aquí. A mi familia, a mis amigos y a mis lectores. Mi oxígeno para respirar y la gasolina de este sueño. MUCHAS GRACIAS.

  • Compartir:

Puede que te interese...

9 comments