¿Es posible ser amiga de tu ex? (Teoría, práctica y cabreos varios)

Escrito por Abril Camino - 16 junio


Hace mucho, muchísimo tiempo que llevo queriendo escribir sobre este tema. De hecho, en mi carpeta de Borradores hay como trescientos bocetos de este post. Todo empezó hace ya un par de años, cuando me encontré por casualidad con el artículo Te ex-quiero compartido por varios amigos míos en Facebook (en serio, leedlo, es fantástico). Supongo que fue el don de la oportunidad el que hizo que cayera en mis manos justo en el momento en que yo misma me estaba divorciando. El caso es que, cuando lo leí, solo tuve una sensación: ¿cómo no he sido yo quien ha escrito esto? Porque, de entrada, suscribo al cien por cien lo dicho en él. Eso sí, dos años después, tengo un millón de cosas que añadir. Lo voy a hacer contando mi experiencia. Y sí, este es uno de esos artículos (como la mayoría de los que escribo en la sección De todo un poco) en los que cuento mi vida.


El título de este post hace una pregunta: ¿es posible ser amiga de tu ex? La respuesta no es un sí o un no, porque precisamente contra lo que me rebelo es contra las verdades universales. Habrá quien pueda, habrá quien no. Habrá quien quiera, habrá quien no. Habrá parejas que se han querido mucho pero muy mal, y la amistad ni siquiera entra en el guión. Habrá parejas en las que el amor romántico se acabó mucho antes que la relación, y la amistad tras la separación será solo una evolución natural en su forma de convivir. Exrelaciones, como relaciones, hay para todos los gustos. Lo que me preocupa de verdad, de verdad de la buena, es el prejuicio. El «eso que pretendéis es imposible». El «no se puede ser amigo de un ex» va de cabeza al cajón de topicazos cuñaos, justo entre «si no hay celos, no es amor» y «los hombres y las mujeres no pueden ser amigos». Qué cojonudo debe de ser tener una visión tan clara y tan fija sobre lo que puede ser y no ser, sobre todo cuando hay sentimientos de por medio. Yo soy de las que prefieren pensar un día una cosa y, un tiempo después, otra. Dejar que los avatares de la vida hagan evolucionar mi pensamiento. Vaya cosa loca, ¿eh?



Como os imaginaréis, yo sí soy amiga de mi ex. De hecho, odio esa palabra-prefijo y jamás me refiero a él como tal cosa. Es, simplemente, mi amigo. Mi mejor amigo, de hecho. Sigue siendo la primera persona a la que llamo cuando algo me atormenta y el primer invitado a mis fiestas de cumpleaños. Y no, no lo hemos hecho todo bien. Hemos hecho muchas cosas como el reverendo culo. Nos hemos hecho mucho daño y, a veces, aún nos lo hacemos. También mi madre me hace daño y yo a ella. Y mis amigas. Y toda la gente a la que realmente quiero. No somos perfectos y hacemos daño a las personas que nos quieren y a las que queremos. Sean o no nuestros ex. 

Pero, ¿sabéis qué es lo que más daño me ha hecho de ser amiga de mi ex? El entorno. Los todólogos. Los que deciden que sigo siendo su amiga porque no asumo el final de la relación, o porque me aferro a la amistad como si fuera un premio de consolación o los que me dicen que no voy a poder rehacer mi vida (sobre este concepto ya hablé hace meses en este post) porque una nueva pareja no aceptaría que tenga una relación tan buena con mi ex (en cambio, a estos últimos, el hecho de que una nueva pareja decida sobre mis amistades les debe de parecer sano de la hostia... WTF??).



Un día, le pregunté a mi ex mejor amigo qué opinaba su entorno sobre el hecho de que su mejor amiga fuera su exmujer. Ya sabía lo que opinaban sus padres y algunos amigos comunes, pero me interesaba saber qué le decían sus amigos sobre el asunto. Sobre todo los chicos. Su respuesta fue tan, pero tan tan TAN clarificadora... Al parecer, era algo así como lo siguiente:

—Entonces, ¿os lleváis bien?
—Sí, sí, mejor que bien.
—Pero ¿seguís follando de vez en cuando?
—No, no, para nada.
—Ah, pues vale. Guay.

«Ah, pues vale. Guay». Agárrate los machos. Nadie le ha dicho nunca que seguía siendo mi amigo porque se aferraba a eso ni que seguro que en el fondo seguía enamorado de mí ni las mil y una cosas que yo tengo que aguantar cada vez que sale el tema. «Ah, pues vale. Guay». Llamadme feminazi si queréis (que, en serio, me la suda), pero veo toneladas de sexismo en la diferencia al tratar el tema dependiendo de si la expareja tiene rabito o rajita. Yo, pobrecita de mí, me aferro al amor que nunca superaré; él, machote separado en lo mejor de la vida, es un tío guay que sigue siendo amigo de su ex. Acojonante.



El caso es que, entre unos cabreos y otros, parece que me he acabado convirtiendo en una experta en la materia de esto de la amistad con un ex. Ya he escrito un par de artículos en Trendencias sobre el tema (uno en tono de coña y otro muy en serio), muy verídicos y muy based on a true story ambos. Hace tiempo, un día que me pilló un poco de malas, escribí uno de esos borradores de artículo de los que os hablaba al principio. Hoy los he releído todos y creo que ese es el único que sigue reflejando al cien por cien cómo me siento hoy en día con el tema. Así que he decidido compartirlo con quien tenga a bien leer este mi querido blog. Lo dejo ahí como conclusión, y solo con una advertencia previa: no me llenéis los comentarios de frases como «pues yo veo imposible ser amiga de mi ex». Como ya dije antes, hablo de mi experiencia personal y lo que para algunos puede ser imposible, para mí es una de las decisiones de las que más orgullosa estoy en mi vida. Lo dicho antes: no pretendo llegar a una verdad universal; al contrario, pretendo que esas verdades universales desaparezcan y dejen de condicionar lo que cada uno decidimos hacer con nuestras vidas. Y, ahora sí, ahí va el artículo en cuestión:


De mutuo acuerdo

No es que yo sea la mayor consumidora de revistas del corazón, pero he leído las suficientes como para poder extraer la conclusión de que todos los divorcios del mundo son de mutuo acuerdo. Esos comunicados de copia-pega que hablan de separaciones por diferencias irreconciliables y futuras buenas amistades entre los excónyuges son tan falsos que ya huelen.

¿Que por qué falsos? Pues porque sí. Primero, y para empezar con polémica, porque esas diferencias irreconciliables suelen tener nombre, apellidos y una relación incipiente con uno de los divorciantes. Segundo, porque el mutuo acuerdo es una fantasía. Cojonuda, sí, pero fantasía. No me veo yo a una pareja, una que ha estado lo suficientemente enamorada como para haber considerado que lo suyo era eterno, levantándose una mañana y teniendo de forma simultánea una iluminación que les hace ver claro, clarísimo, que su relación ha terminado. No. Siempre hay uno que toma la decisión. Siempre hay otro que tiene que asumirla, de mejor o peor grado. Puede incluso que uno se haya desenamorado por completo y el otro siga viendo el mundo a través de los ojos de quien hasta ese día era su gran amor. 



Pero, bueno, para mí, esto son cuestiones menores. Lo que me enerva de verdad es el tema de la amistad entre la expareja. Porque es una puta mentira del tamaño de Brasil. ¿A que pensabais que iba a defender lo contrario? Pues leed un poco más, que ahí va la explicación.

La amistad entre una expareja parece la situación ideal. O no, ojo. Yo he tenido parejas a las que nunca me ha unido nada más allá de un tema físico y, cuando este se ha acabado, no quedaba nada que compartir. Pero el matrimonio es otra cosa (nota: "matrimonio" como concepto de relación. Pasar o no por el juzgado o la iglesia, para mí, es lo más indiferente del mundo). Como decía, el matrimonio es algo más profundo. No creo que nadie (al menos, nadie en su sano juicio) base un matrimonio solo en una atracción física. En un matrimonio sano, tiene que haber una base de amistad. Esa amistad que hace que conozcas los sentimientos del otro con una sola mirada, que empatices con él y sientas dentro de ti sus tristezas, sus alegrías, sus éxitos y sus miedos. Si eso no es una amistad, que venga Dios y lo vea.



Así que, cuando todo se rompe y las ilusiones del amor se pierden por el retrete del paso del tiempo, ¿por qué no mantener esa amistad? ¿Por qué renunciar a tener en tu vida a la persona con la que soñaste ver jugar a vuestros nietos? ¿Por qué enviar a lo más profundo del cajón del odio a quien un día fue el acreedor de todos tus sueños? Tirar sus fotos, romper sus recuerdos, hablar mal de él, desacreditarlo ante quien te quiera escuchar... ¿No es una manera de desacreditarte a ti mismo? ¿No es arrancar de tu biografía mil momentos felices? La vida son dos putos días, no deberíamos robarnos ninguno.

Pero ¿es fácil la amistad con un ex? Pues no, claro que no. Dicen los expertos (y los opinadores, que abundan mucho) que hay que dejar un tiempo prudencial para que todo se enfríe. Pues hasta esto lo pongo en duda. ¿Por qué no construir una nueva relación, una en la que el enamoramiento ya no tiene lugar, desde el primer momento? ¿Es imposible? Pues aquí, por experiencia propia, soy tan tajante como antes. No. No es imposible. Consolarse juntos, hablarlo todo para que no queden heridas abiertas, llorar el fracaso abrazados... ¿Por qué no? ¿Acaso alguien ajeno va a comprender por lo que estás pasando mejor que la persona que está pasando por lo mismo? Porque el divorcio es un fracaso, sí, el fracaso de un plan de futuro que se construyó desde la ilusión. Pero, sobre todo, es un fracaso de dos. Casi siempre lo olvidamos. Nadie va obligado a un matrimonio, así que la persona que toma la decisión también ha fracasado en lo que un día consideró su plan perfecto de futuro. Pero tendemos a pensar que el que rompe un matrimonio no sufre. Y ese es el primer obstáculo que nos ponemos en el camino de la futura amistad.



El resto de obstáculos no tenemos que currárnoslos demasiado. Ya está ahí el resto del mundo para regalárnoslos. Porque, cuando te divorcias y decides comportarte de manera civilizada, lo último que te esperas que ocurra es que la mayoría de la gente te dé la espalda. Y cuando digo la mayoría de la gente es un eufemismo acojonante de todo Dios

En primer lugar, está tu núcleo más cercano. Padres, hermanos, amigos de esos que son familia. A esos los ciegan dos circunstancias. Que te quieren tanto que no pueden evitar un cierto odio hacia quien te ha hecho daño, y que tienen un miedo atroz a que vuelva a hacértelo. Es perdonable, sí, porque la intención es buena. Pero yo, personalmente, me he pasado una buena temporada echando mano del Kalashnikov cada vez que oía un no tiene ningún sentido que sigas viéndote con él.

Mucho más imperdonables que los más íntimos son los opinadores. Los opinadores son esos medio amigos, medio conocidos que lo saben todo. Cuando se cansan de predicar sobre la guerra en Siria o el debate de Gran Hermano deciden empezar con tu amistoso divorcio. Y ahí es donde te enteras de todo lo que estás haciendo mal. Te enteras de que te estás agarrando a la amistad porque no superas la separación, te enteras de que es una amistad sin ningún futuro, te enteras de que todo el mundo cree que sigues quedando con tu exmarido de vez en cuando para hacer un remember sexual... Tú todo eso no lo sabes, porque es obvio que un amigo al que ves dos veces al mes está más al tanto que tú de tu propia vida y tus sentimientos. Lógico, ¿no?



La sociedad se llena la boca hablando de separaciones amistosas y ejemplares, pero después no las acepta en su entorno cercano. Manda cojones. En un mundo en el que estamos acostumbradísimos a que una expareja acabe en el juzgado porque no se ponen de acuerdo en el reparto de una vajilla, a que niños de ocho años manejen conceptos como "custodia compartida" o "patria potestad", a que esos mismos niños vayan a terapia porque sus padres se han machacado durante años, a escuchar cómo se insulta con naturalidad, cómo se utiliza lo más sucio para hacer daño... Gente a la que quiero quería y respeto respetaba a mí me llegaron a decir «sácale todo lo que puedas», «que se joda y pague»... Y no os podéis imaginar lo fuerte que hay que ser, cuando estás hecha una mierda y aún tienes dentro mucho rencor, para no caer en la tentación de alistarte en el bando del odio.

Yo no lo hice. No me considero mejor ni peor por ello. Bueno, sí, quizá sí me considero un poco mejor. O más lista, al menos. Porque si me hubiera dejado arrastrar por el odio y el rencor, me habría metido ese bicho dentro. Y ese bicho se come al que lo lleva, no al destinatario de ese odio, que, no nos engañemos, acabaría por cansarse, poner distancia y vivir feliz.

Tengo un amigo abogado que me cuenta cosas que meten miedo. Gente que se pelea por objetos que no sabían ni que tenían. Pactar en un juzgado las dos primeras comuniones de los niños. Sí, dos. Ni durante media hora pueden convivir por hacer feliz a ese hijo con el que se les llena la boca de amor. Yo recuerdo el día que, al fin, mi ex y yo nos reunimos para repartir los recuerdos de toda una vida. Cómo la frase que más se escuchó fue «quédatelo tú, que sé que te hace más ilusión» o cómo pedimos duplicados de cientos de fotos, recordando los momentos en que las hicimos, riéndonos a ratos y consolándonos cuando se escapaba una lágrima. Si esto es autoengaño, o a alguien le parece raro o no es psicológicamente recomendable... la verdad, me importa una mierda.



No sé por qué una expareja no puede ser un familiar más. Igual que un día nos independizamos de nuestros padres y nadie nos guarda rencor por ello, un día nos independizamos de quienes fueron nuestras parejas y tampoco tiene por qué haber resquemor. ¿Por qué no podemos tener unos padres, unos hermanos, unos primos y un par de exparejas? No digo que siempre tenga que ser así, pero, ¿no es bonito cuando funciona por ambas partes? A mí me lo parece. Debe de ser que he heredado demasiados genes de la hippy de mi madre. De hecho, alguna vez me han acusado de vivir demasiado en plan flower power. Pero, lo siento mucho, pero yo prefiero vivir en paz y con cicatrices que llena de rencor y heridas abiertas. Llamadme rara. O, mejor, no me llaméis.

  • Compartir:

Puede que te interese...

4 comments