La protagonista de novela romántica que nunca querré ser

Escrito por Abril Camino - 19 noviembre


Hay algunas cosas que me ponen enferma cuando leo novela romántica. La principal de ellas, y que sin ninguna duda me hace abandonar la novela al instante, es la falta de cuidado al escribir. Ya se sabe: los errores gramaticales u ortográficos, las erratas de continuidad, etc. Esto, obviamente, me ocurre en todos los géneros, pero hay algo que es una característica tristemente inherente a la novela romántica actual y que me pone verdaderamente enferma: la protagonista víctima.

La protagonista víctima es un estereotipo común a la novela romántica, especialmente contemporánea, especialmente erótica. La protagonista víctima es la mejor munición que un escritor de novela romántica puede dar a todos los enemigos de la novela romántica y sus prejuicios. La protagonista víctima le hace un flaco favor a la mujer del siglo XXI. ¿Que por qué la llamo 'protagonista víctima'? Porque muchos escritores (y, tristemente, la mayoría de ellos son mujeres) han convertido en heroínas románticas a personajes que no son más que VÍCTIMAS del machismo.

La buena esposa o la protagonista gilipollas
La protagonista víctima sería lo más in hace sesenta años
Pero, ¿qué caracteriza a la protagonista víctima? Hay tres puntos básicos:

1. Se deja acosar

Antes de nada, aclaro: no existen las mujeres que se dejan acosar. Cuando existe una situación de acoso, no existe otro culpable que el acosador. En la vida real. A lo que me refiero aquí con 'se deja acosar' es a que la escritora en cuestión 'deja que acosen' a la protagonista.

Vamos a ver si lo entendemos, mujeres de este mundo... Por muy guapo que sea un hombre, por muy atractivo, triunfador y agradable, por muy rico (si es que esto importa algo que, al parecer, sí)... ¡la última palabra la tenemos nosotras! Por Dios santo, joder, llevamos décadas trabajando en esta idea, ¿de verdad es verosímil que a la protagonista se le borra de la cabeza en cuanto a un jamelgo le ponen el pantalón bajo de cadera y la camiseta blanca? 

Parto de la base de que me cuesta mucho entender el rechazo inicial de la protagonista víctima. Por más que lo intento, por más que me quiero meter en su piel de tontita, nunca acabo de comprender por qué, cuando conoce al tío bueno de manual, que le hace palpitar la pepitilla, siempre tiene una renuencia insufrible. Aclaro aquí de nuevo: está en su derecho, POR SUPUESTO. Y aclaro (de nuevo también) que no estoy criticando a la mujer en sí, sino la forma en la que nos la representan. Me aterra ver que muchas escritoras utilizan esa renuencia de la protagonista a estar con el galán de turno no como una reivindicación de ella a estar con quien le dé la santa gana, sino como una especie de forma de dotarla de virtudes (porque la virtud, valga la redundancia, es algo muy bonito en una mujer... FLIPO).

Luego están los recursos habituales por los cuales la protagonista no quiere acostarse con nadie: traumatizada por el novio mamón anterior (ese con el que estuvo cuatro años, pero que nunca le hizo sentir tanto como el protagonista, al que conoce desde hace siete putos segundos), acomplejada por una virginidad prolongada en el tiempo, etc. Pero el caso es que se pasa tres o cuatro capítulos dando la matraca con que no quiere estar con él, que no, que no, coño. Que, repito, me parece FENOMENAL. Pero luego resulta que no es verdad, y me parece una peligrosísima forma de representar eso tan machista y horrible de que, cuando una mujer dice no, lo que quiere es que él insista. 

¿Y qué hace él? Acosar. Acosar a saco. Dar por culo. Rozar la ilegalidad. Qué digo rozar. Asentarse de pleno en la ilegalidad. A ver si queda claro: si le dices a un tío que no estás interesado en él cuarenta veces, y él se presenta en tu facultad, lugar de trabajo, apartamento, bar en el que estás con tus amigos, etc... ¡es un puto acosador! Y se está ganando una denuncia. Y si a ti, protagonista víctima, en el fondo te gusta verlo aparecer a dar por culo insistir en su plan de conquista, arrasando con todos tus planes y tratando a cualquier amigo de género masculino con el que te dejes ver como a un insecto pisoteable... es que a quien te ha escrito le falta un hervor.

Morderse el labio... qué original
Me muerdo un montón el labio porque me pone que me acosen

2. Es insultantemente inferior
Él siempre es guapo, siempre está fantástico, siempre tiene los ojos más verdes, el pelo más adorablemente despeinado y luce los vaqueros y la camiseta con la misma elegancia innata que el traje de tres piezas. Ella siempre se siente demasiado delgada (¿en serio?), demasiado poquita cosa, demasiado poco elegante. Él siempre tiene dinero y alterna el Porsche Carrera con el helicóptero como si conocer a un tío bueno de lista Forbes fuera algo súper habitual para una estudiante de 2º de Filología Clásica. El Porsche Carrera lo conduce él, por si lo dudabais. Lo conduce rápido, haciendo que ella se cague de miedo, que eso siempre mola. Ella siempre tiene problemas económicos, lo cual deja el terreno abonado para que él la invite a absolutamente todo. 

Hay un punto fundamental en esto de las invitaciones. Un tópico literario que ríete tú del locus amoenus: ese momento en que ella al fin acepta ir a cenar con él y, ¡oh, cielos!, la carta del restaurante de mega lujo... ¡está en francés! Y la pobrecita, pese a ser una estudiante de cuadro de honor, no entiende nada. Pero, claro, ahí está él, que además de ser archimillonario (por méritos propios, que las herencias están muy mal vistas) antes de los treinta, habla perfectamente francés, alemán y puede que hasta élfico. Lo cual, por otra parte es normal, porque es un tío que sabe aprovechar muy bien su tiempo. Eso lo sabemos porque, a pesar de sesiones de sexo nocturno que ríete tú de un entrenamiento preolímpico, él siempre está radiante a las seis y media de la mañana, ya duchado tras su sesión diaria de entrenamiento. Ella, pobrecita, apenas puede despegar las pestañas. Menos mal que lo tiene a él para ser perfecto... ¡me-nos-mal!

Aires de recién levantado
Pues nada, aquí me tienes... 6.30 am y ya he corrido 17 km,
he cerrado una fusión empresarial y he preparado el desayuno

3. Acepta todos los puntos del contrato
Hemos llegado al meollo del asunto. Ya está: ella ha encontrado el acoso como algo adorable y ha caído; ha aceptado que es manifiestamente inferior a él y se ha enamorado. Son novios, pareja, whatever... Y aquí empieza el rock and roll. Aquí ya da igual cuánto de sumisa fuera ella antes. Ahora lo va a ser más. Entramos en la fase en la que él le riñe. Y ella se deja reñir, o dicho en lenguaje del siglo XXI, sufre maltrato psicológico. Quiera Dios que ella no fumara, porque él se lo va a prohibir. Quiera Dios que ella no bebiera, porque él se lo va a prohibir. Y qué pasa con las palabrotas... ¡hala! ¡niña mala! Siempre estará él ahí para reeducarla. Él se las sabe todas, eso es así. Mirad si sabe cosas que hasta sabe un montón sobre control de la natalidad. Yo no sé si me he vuelto loca o qué, pero la idea de que un tío decida si tomo o no la píldora o si uso o no condón se me escapa bastante de lo lógicamente aceptable.

Pero, bueno, todo esto es entendible porque, al fin y al cabo, ella es suya. Sí, señoritas, culminamos con ese gran concepto: «Eres mía». «Soy tuya». Peeeeeero ¿de qué coño va esto? ¿Nos hemos vuelto locos ya del todo? ¿En serio no hemos evolucionado nada y nos parece medio normal que se nos considere propiedad de alguien? Yo he debido de perderme algún capítulo de algo.

¿Qué opináis? ¿Vosotras también estáis hartas de protagonistas víctimas o a mí se me ha disparado el feminismo?

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