Un día en la vida de esta escritora tarada

Escrito por Abril Camino - 15 febrero


Levantarme por la mañana, siempre renqueante (el odio al despertador no se supera ni con toda la vocación del mundo).

Aún con las legañas, decidir si es día de trabajar en el despacho (esos son los días en que me pongo seria, cumplo los plannings y sigo la dieta) o día de trabajar tirada en el sofá (generalmente rodeada de chocolate y tabaco).


Portátil a las rodillas (o a la mesa, si ha ganado la opción despacho). Lo primero... mirar cómo anda la actualidad. Las mañanas son de artículos, feminismo, recomendaciones de libros, pelis, redes sociales y moda. 



Mediodía, que es como se llama en mi casa a un periodo de tiempo indeterminado dedicado a comer que tiene lugar entre las 13.30 y las 17.30. Depende del nivel de anarquía en el que lleve todo el día.

Cerrar los ojos un ratito en el sofá. Un ratito es como se llama en mi casa a un periodo de tiempo indeterminado que puede durar diez minutos o tres horas y media. Depende del nivel de agotamiento físico y mental.

La tarde para ir cerrando cosas pendientes. El trabajo que haya quedado de la mañana. Redes sociales. Mails. Llamadas para cerrar artículos de próximas semanas. Tres mil doscientos quince whatsapps de los cuales contestaré a dos o tres. Un poco de cotilleo en el chat con las chicas. «¡Me han hecho una reseña preciosa!». «Pues a mí una terrible». «Estoy como loca con la nueva historia». «Dios mío, yo tengo tres o cuatro abiertas». «¿Habéis mirado Instagram? Dios mío, Will». «Oye, que me vuelvo al trabajo, que con tanta conversación al final hoy no hago nada».



La novela. ¿Dónde me quedé ayer? ¡Ah, sí, ya me acuerdo! Venga, releo. ¡Hostias, pero qué mierda escribí ayer! Borrar. Arrepentirme de borrar. Crisis. Al chat con las chicas de nuevo. «¿Vosotras creéis que esta escena estaba bien? ¿En serio? Ay, es que no sé si veo a la prota diciendo esto. Me lo voy a pensar». Escribir. Dudar. Un día bueno, dos mil palabras. Un día malo, menos quinientas (maldita tecla de borrar). Un día loco, cinco mil ochocientas y ojeras aseguradas para el día siguiente.

La cena, mientras le doy vueltas a esa escena. Esa puta escena. Me llaman. No me entero de nada de la conversación porque tengo en la cabeza... sí, la puta escena, claro. «¿Me acompañas a bajar al perro? Pero, tía, ¿cómo que no? ¿Cuántos días llevas plantada delante del portátil sin hacer otra cosa que escribir?». Venga, bajo, que el chantaje emocional canino siempre funciona.

Llegar a casa. «¡Chicas! Me ha venido guay bajar. ¡Estoy super inspirada!». Risas. Un par de comentarios de que estoy loca del coño. «Pues no os relajéis, que mañana tenemos que ir pensando en elegir portada definitiva».

La madrugada. Silencio. La lista esa de Spotify de «canciones inspiradoras». O quizá una peli ñoña en Netflix que he visto mil veces, así que me entretiene, pero no me distrae. Los dedos volando sobre las teclas, las palabras que al fin salen solas. Notas de voz de madrugada con las que siguen despiertas. «Tía, tía, en serio, esta historia va a ser increíble. Lo mejor que he escrito». «Mañana vas a decir que es la peor mierda de tu vida, ¿verdad?». Sí, mañana probablemente lo diré, pero déjame disfrutar de hoy.



Los ojos que se me cierran. Venga, un poquito más. No, en serio, tía, vete a dormir porque es posible que estés escribiendo «pene, pene, pene» sin darte cuenta.

Leer un rato. Morirme de envidia por lo bien que escribe alguna gente. Calcular el tiempo que falta para que suene el despertador. Tomar la decisión madura de apagar ya el Kindle (10% de las veces) o asumir que mañana tendré mucho sueño (90% restante).

Y así cada día. Volviendo a empezar.

Es muy probable que a nadie le interese demasiado cómo es un día normal en mi vida. Y lo pongo en cursiva porque en mi vida muy pocas cosas son normales. Ni siquiera está rutina es diaria porque hay muy pocas cosas en mi día a día que se puedan considerar rutinarias. Lo único que se repite es escribir. Escribir, escribir y escribir. Entre mi trabajo en Trendencias y las novelas... ¿unas quince horas diarias de media? Algo así. Y habrá quien diga «Pero qué barbaridad», y estaré de acuerdo el día que esto deje de hacerme feliz. Ese día escribiré (o lo que sea) durante ocho horas al día para alimentarme y pagar la luz. Ojalá no ocurra nunca.

Decía que probablemente a nadie le interese. Pero he pasado unos días un poco tristona por todo el fraude que se destapó el fin de semana en Amazon. Por saber que hemos visto nuestros libros eclipsados por novelas que no eran más que plagios, engaños y estafas. No voy a hablar mucho más del tema, entre otras cosas porque creo que está todo dicho y Amazon, al menos por el momento, está más limpio de lo que ha estado en meses. 



Por eso me ha salido de dentro esta entrada. Porque mi vida gira en torno a escribir desde que suena el maldito despertador hasta que se me cierran los ojos (y aun así me ha costado unos tres años atreverme a llamarme a mí misma «escritora»). En torno a escribir y en torno a compartir este sueño con personas que me he ido encontrando en el camino y que se han convertido en tan imprescindibles en mi vida que ya ni recuerdo cómo era cuando no estaban. Y, aunque he estado muy enfadada y algo triste por lo que se ha descubierto, en el fondo, no puedo más que compadecerme de quien no conoce la magia de ponerse delante de un folio en blanco y dejar que una historia se les meta dentro.

Gracias a todas las que seguís siendo la fuerza de este sueño.



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