¿Y si leer mucho nos convierte en malos lectores?

Escrito por Abril Camino - 26 enero


Ahí va una confesión: soy una persona compulsiva. MUY compulsiva. A ratos, daría mi mano derecha por poder cambiar eso, y, a ratos, estoy encantada de ser así. Os voy a poner un ejemplo de mi trastorno mental: hace algunos días me di cuenta de que trabajo mucho mejor si tengo algo en la tele de fondo que si estoy solo concentrada en el ordenador (no me preguntéis por qué es así, pero, en serio, lo es). Desde entonces, en más o menos diez días, me he visto enteras las dos temporadas de Narcos, las tres de The Fall, la primera de Outlander, la primera de Sucesor designado y voy en estos momentos por la cuarta de Sons of Anarchy. En. Diez. Putos. Días. ¿Necesitáis alguna prueba más de que soy una persona un poquito enferma?

El caso es que ser así de compulsiva es a la vez una bendición y una desgracia. Una bendición, porque consigo meterme en una historia de forma profunda, vivirla con intensidad, sentirla de una manera que para mí sería imposible con solo un capítulo a la semana. Y una desgracia porque... ¡todo me dura un suspiro! Por ejemplo, Outlander cayó completa en un día. ¿Os comento el nivel de resaca emocional que me dejó Jamie Fraser en esas horas que le dediqué y cómo habría querido al día siguiente que me quedara algún capítulo por ver?


No soy yo una fanática de las series, así que, si me pasa eso con ellas, ¿os podéis imaginar lo que me ocurre con los libros? Pues coged lo anterior, multiplicadlo por mil y elevadlo a la esquizofrenia. De eso precisamente, de la esquizofrenia lectora en la que vivo, me di cuenta a finales de diciembre. ¿Por qué? Por el puto challenge de GoodReads. Me había fijado una cifra de 200 libros para leer en 2016. Y estuve a punto de llegar (me quedé en 195, si mal no recuerdo, a los que, si sumamos los 20 o 30 que leí como correctora o lectora cero, pues ya superaría la cifra). No está mal, ¿no? Leer más o menos doscientos libros al año me convierte en una gran lectora, ¿verdad? Pues... yo creo que no.

Os voy a contar otra anécdota para que tengáis ya más claro que nunca que estoy muy mal de la cabeza. Una de mis lecturas favoritas del año pasado, una que fue maravillosa, fue Tan poca vida, de Hanya Yanagihara. Os hablé de ella en la entrada sobre las lecturas que habían marcado mi 2016, os conté lo que sentí leyéndola, cómo es una novela con la capacidad absoluta de desgarrarte por dentro y que me tuvo con resaca literaria días. Lo que no os conté es que, después de leer sus más de mil páginas en una semana más o menos, mi primer pensamiento fue... «ahora sí que no llego al challenge de GoodReads». Había perdido demasiados días leyendo esa novela maravillosa. PERDIDO. Ojito.



Sí, ahí me di cuenta de que estoy jodida de la cabeza, por si antes hubiera tenido alguna dudita tonta. Pero me pasaron unas cuantas cosas más en las últimas semanas que me han hecho pensar que tengo que cambiar el chip lector. Y es que me he convencido firmemente de que leer mucho no es tan bueno como nos habían contado. Una de ellas fue que una buena amiga, a la que tenía por gran lectora, me comentó que había leído unos treinta libros en 2016. Y pensé «¡madre mía! ¿¿Solo??». Por suerte, luego le di una segunda pensada al asunto y me di cuenta de que, hasta hace unos años, antes de la aparición del ebook y Kindle Unlimited y demás, leer treinta libros al año era una cifra muy respetable. Son un par de libros al mes, joder, no está mal.

El siguiente punto fue darme cuenta de que... no recuerdo nada de lo que leo. Me pasa también con las series de Netflix, con el ejemplo que os ponía al principio. El otro día alguien me dijo no sé qué de Murphy, el de Narcos, y le pregunté quién era Murphy. Ojito. Murphy, en Narcos. Vamos, que tres días después de acabar de verla, sabía quién era Pablo Escobar porque lo conocía de antes, que, si no, ni eso. Con los libros me ocurre lo mismo. O peor. Un ejemplo bastante increíble de hasta qué punto olvido lo que leo es lo que me ocurrió con El amor es todo menos sencillo, una novela new adult que seguro que muchas conocéis. Me la leí hará un año. Al acabar de leerla, entré a GoodReads para darle cinco estrellas porque me había gustado un montón. ¿Sabéis qué descubrí? Que ya tenía cinco estrellas. Ya la había leído. Hacía un año y medio, aproximadamente. Es cierto que hubo un par de veces en que la trama me quiso sonar mientras leía, pero lo achaqué a que era una novela un poco tópica. 



De mis novelas favoritas, apenas recuerdo nada. Solo de las que he releído unas cuentas veces y de las muy voluminosas. ¿Por qué? Porque esas, por una simple cuestión de tiempo, no puedo leerlas del tirón (aunque, con algunas lo he hecho, en maratones de veinte horas y mierdas por el estilo), y me permiten convivir con los personajes. Normalmente, el grueso de lo que leo lo hago antes de dormir. Y el sueño (maldito él) nunca me ataca por las noches; otra cosa es lo de cuando suena el despertador, claro. Así que, si una novela me engancha y no pasa de las 300 páginas... ¡zasca! Cae del tirón. Conclusión: convivo con sus personajes unas tres-cuatro horas

Creo que para disfrutar de verdad de una novela hay que convivir con la historia unos días. Estar en el trabajo pensando en qué les pasará en ese maravilloso momento en que llegue la noche y retome sus aventuras. En el noventa por ciento de los casos, yo me enfrento a una historia nueva cada noche, no tengo esa emoción del reencuentro. Y, además, las resacas literarias se multiplican por mil, porque me he consumido todo el libro en una noche y al día siguiente tengo un mono tremendo.



Como he tardado un poco en darme cuenta de todo esto que os cuento, al empezar el año, establecí mi challenge para 2017 en 210 libros. «Hey, Abril, tía, hay que aumentar la cifra del año pasado, que SOLO leíste 195». Hoy he entrado en razón. He entrado en GoodReads y he bajado el reto a 70. Que no son pocos, eh. Bien entendido, lo que menos me importa es llegar o no, no es una cuestión de competitividad conmigo misma (ni, por descontado, con otros lectores, que bastante patético es ya todo lo demás). Lo importante es centrarme como lectora, aprender a disfrutar las historias, no obsesionarme con pasar páginas y con leer el mayor número de libros posible

Creo que a todos los que nos apasiona la lectura tenemos asumido que no nos llegarán los años de vida para todo lo que queremos leer. Así que lo que nos queda es, al menos, saborear cada página y disfrutarla de esa manera que solo los buenos libros nos permiten. Porque, cuando tenemos la suerte de que uno de esos, uno de los buenos, nos cae en la mano, leerlo del tirón con los ojos medio cerrados y ansiedad por terminarlo, es como tener la nevera llena de manjares deliciosos y meterlos todos en la batidora para bebérnoslos de una sentada.

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