Todo el daño que Mr Wondeful ha hecho a la novela romántica

Escrito por Abril Camino - 10 noviembre


Vaya por delante que esta entrada no va a gustar a mucha gente. Vaya por delante que soy consciente de ello. Y, ya puestos, vaya por delante que me da un poquito igual. También vaya por delante que no tengo nada contra Mr Wonderful; de hecho, cuando me posee el alma cuqui, me compro cienes y cienes de bolis, carpetas y cuadernos de esos de «eres la pera», «tengo el guapo subido» y demás. Y me pirran. Pero hace poco escuché un palabro inventado que me encantó: mrwonderfulización. Ni siquiera recuerdo en qué contexto, pero sí sé a qué se refería: resumiéndolo mucho, sería a algo así como a pasarse de optimismo. Y en esto de la literatura, y más en concreto en la novela romántica, creo que nos hemos pasado un poco de optimistas. Bueno, en realidad nos hemos pasado de la hostia.

Me ponen muy nerviosita las frases hechas. Y la que más de todas, ¿sabéis cuál? «Si quieres, puedes». Joder, todos la hemos dicho alguna vez, supongo, porque tendría sentido en este o aquel contexto. Pero de ahí a tomárnosla como una verdad universal... hay un trechito bastante largo. El problema (en mi humilde opinión) es que mucha gente se lo ha creído. Que el único requisito para poder hacer algo, en este caso, escribir una novela... es querer hacerlo. Y no. Rotundamente NO.

Para escribir una novela hacen falta muchas más cosas que querer hacerlo. Hay que saber hacerlo. Hay que poder hacerlo. Y, para poder hacerlo, hacen falta muchas más cosas que un ordenador portátil y un procesador de textos.


Que tus sueños sean más grandes que tus miedos

Para escribir una novela hace falta tener conocimientos, aunque sean básicos, de documentación. Saber dónde buscar la información que necesitamos para que la ambientación espacial y temporal de nuestra novela sea perfecta (o, al menos, correcta). Caracterizar a los personajes principales y secundarios según sus profesiones, entornos sociales o nacionalidad. Por mencionar solo lo más básico.

Para escribir una novela hay que saber planificar. Hay que decidir si escribimos por el método mapa o por el método brújula (y saber que, si consigues una buena primera novela escribiendo por el método brújula, eres un semidiós). Hay que saber crear fichas de personajes, de escenarios y líneas de tiempo.

Para escribir una novela hace falta tener unos conocimientos lo más amplios posibles de técnica narrativa. Manejar conceptos como prólogo, epílogo, conflicto, clímax, escena, desenlace, estructura, detonante o cambio de rumbo. Manejarlos con soltura, identificándolos de un solo vistazo en una novela propia o ajena.

Para escribir una novela hay que echarle horas. Muchas horas. Releer mil frases y cambiarlas sobre la marcha. Enfrentarnos al dramático momento en que un fragmento que ayer nos parecía una obra maestra hoy nos parece una puta mierda. Y borrarlo. Y reescribirlo. Y, al día siguiente, volver a borrarlo y reescribir algo mejor. Y, así, con cada línea de la novela.


A la escritura hay que echarle horas

Para escribir una novela hay que asumir que no lo sabemos todo (que no sabemos casi nada, en realidad). Hay que dejar entrar a profesionales del sector que lean nuestro manuscrito. Hay que arriesgarse a que nos digan que no hemos acertado, que nos hemos equivocado, que toca otra relectura.

Para escribir una novela hay que tomarse tan en serio la fase de corrección como la de escritura. Si tenemos la suerte de que una editorial nos publique, hay que revisar las correcciones, confiar en el criterio del corrector y estar alerta por si ese criterio no está demasiado acertado (que de todo hay hoy en día en el mundo editorial). Si nos autopublicamos, hay que gastarse los dineritos en contratar una corrección (salvo en los contados casos en que el escritor tenga la formación suficiente para ser su propio corrector, lo cual no acaba de ser una buena idea casi nunca).

Para, además de escribirla, también publicar una novela, hay que tener conocimientos de diseño gráfico (o contratar el servicio), de maquetación (o contratarlo), de marketing editorial (o contratarlo) y de mil campos más. Además de otros seiscientos millones de cosas que seguramente me haya dejado en el tintero porque esta entrada es fruto de un brote de mala leche.

Y, para escribir una novela, sobre todo y por encima de todo... hay que leer. Leer muchísimo. Todo y de todos los géneros. Que a ningún escritor le suene a chino Holden Caulfield, Atticus Finch o Alonso Quijano, por irme a lo más mainstream.


Tu idea mola

No parece que querer sea suficiente, ¿verdad? Querer es suficiente para publicar algo en Amazon. Eso sí. Por ejemplo, si me apetece abrir el Word y escribir un poemario con diferentes variaciones de las palabras «caca», «culo», «pedo», «pis». Me doy de alta como autor, subo el documento, le pongo una portada creada con WordArt (sí, ocurre) y, ¡yepa! ¡He escrito un libro! Emmmm... No. No lo has hecho.

Decía antes que esta entrada es fruto de la mala leche. ¿Por qué? Porque estoy harta, HARTA, de encontrarme en Amazon novelas que son una falta de respeto doble al mundo literario. Doble porque ofenden al escritor de verdad, al que se deja la vida para formarse, aprender cada día y mejorar, y tiene que compartir estantería con auténticos siniestros totales. Y, peor aun, ofenden al lector, que entrega su dinero y su pasión por la lectura a algo que le han vendido como novela y no lo es.

¿Que quién me creo yo para decidir qué es y qué no es una novela? Pues muy sencillo: alguien que ha estudiado y se ha formado mucho. Muchísimo. Alguien que escribió su primera novela cuando ya era licenciada en dos filologías y llevaba años escribiendo no-ficción, leyendo a ritmo de 300 libros al año y tras cursar el mejor taller de formación literaria que se pueda desear (este) y, aun así, a ratos quemaría esa primera novela en las hogueras del infierno.



Existen novelas malas, regulares, buenas y obras maestras. Estoy segura de que, dentro de los millones de novelas publicados desde que el mundo es mundo, las mías caen en el primer grupo. Pero son novelas. Y las de muchísimas de mis compañeras. Repito: mejores o peores, que gusten más o menos, best-sellers o desconocidas. Pero son novelas.

Lo que es una novela no lo decido yo. Está escrito hace años, décadas, siglos. Una pseudonarración de hechos sucesivos sin trama argumental no es una novela. Una medio copia de un batiburrillo de las novelas de tu escritora favorita no es una novela. Una novela en la que se podría cambiar a los protagonistas por gatos y la historia no cambiaría no es una novela. Y, aun con la mejor trama argumental del mundo y los personajes más currados, un documento sin corregir tampoco es una novela; en el mejor de los casos será el borrador de una gran novela. Pero es solo eso. Un borrador.

Así que, como me he cansado de encontrarme en Amazon con borradores publicados y con un precio de venta, he escrito esta entrada. No, escribir una novela no es cuestión de querer hacerlo. Es cuestión de saber y poder. Y querer, por supuesto. Nada es más importante que querer. Sin una pasión arrolladora por este trabajo es imposible lanzarse a ello. De eso no cabe duda.

Puede que esta entrada parezca muy desmotivadora, pero yo creo que no lo es. Que es todo lo contrario, de hecho. Que el deseo ferviente de escribir una novela abre la puerta a aprender millones de cosas. A estudiarlas, a centrar en ellas todos nuestros esfuerzos y a leer cientos de libros que, quizá, de otra manera no habrían caído en nuestras manos. Por supuesto que querer escribir es el primer paso para escribir. Pero es solo eso, el primero. El segundo, es asumir para qué estamos preparados y para qué no. A mí me encantaría formar parte del equipo español de gimnasia rítmica en la próxima Olimpiada, pero lo tengo complicado. Si yo me obsesionara con ese objetivo, agradecería que alguien me dijera que me preparara para algo un poquito más realista. Asumámoslo: la motivación por conseguir un objetivo es algo maravilloso, pero no es suficiente y nunca lo será.

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