¿Soltera a los 35? ¡Tienes que rehacer tu vida!

Escrito por Abril Camino - 27 agosto


No es fácil ser soltera a los (casi) treinta y cinco. Soltera, divorciada, viuda… cualquier estado civil que implique la no presencia de una pareja. No resulta sencillo, como digo, no tanto por las implicaciones personales como por la visión de la sociedad hacia nosotras. Nosotras. Las solteras de treinta y tantos o, ¡Dios nos libre!, cuarenta y pico.

No puedo hablar desde mi experiencia personal de lo que significa haber pasado la mayor parte de la vida adulta sin pareja, porque no fue mi caso. Tuve una relación –fantástica, por cierto– desde los veintiuno hasta los treinta y tres. Pero sí puedo hablar con conocimiento de causa sobre la visión que tienen los demás de una mujer que, de repente, se queda sin pareja de la noche a la mañana. Y ahí es donde aparece la temida frase que da título a este post: tienes que rehacer tu vida.

Mi divorcio, supongo que como el de tantas personas –aquí da igual que sean hombres o mujeres–, fue algo bastante previsible para las dos personas que conformábamos el matrimonio, pero absolutamente sorprendente para nuestro entorno. Es que somos muy monos y muy europeos y nos hemos llevado siempre de maravilla, incluso cuando la sangre llegaba a chorros al río. Así que teníamos un poco ese halo de «pareja perfecta» que nadie se planteó jamás que se pudiera romper. Decir que lo llevé muy bien y de forma muy civilizada sería irme demasiado de guay. No. Fui completando todas las fases post-ruptura (aaaay, la teoría de las fases, cuánto bien ha hecho a la humanidad) con paso renqueante y mucho dolor. Pero llegó el día en que me vi recuperada. No voy a ser tan superficial como para decir que el lugar donde me vi recuperada al fin fueron las sábanas de un muchachito de veintiséis años con six pack (sí, existe, no son los padres), hoyuelos y muchas ganas de marcha. No voy a decirlo porque a lo mejor esto lo acaba leyendo mi madre, pero… ay, qué noche aquella. 

Ryan Reynolds Six Pack
La foto de un six pack NUNCA sobra
¿Me he ido del tema? Vale, voy a tratar de volver. Ay, qué six pack. ¿Qué? Vale, el tema. Rehacer mi vida. Llegado ese momento de la recuperación (no el del muchachito en concreto, sino las semanas posteriores), fui consciente de que había recuperado –¡al fin!– las riendas de mi propia vida. Esas riendas que, inevitablemente, todos cedemos en parte a nuestra pareja cuando nuestra vida rebosa felicidad y vídeos de gatitos de YouTube, y que acaban siendo expropiadas por el dolor cuando los gatitos se cagan en la alfombra, que es una metáfora como cualquier otra de lo que viene siendo una ruptura sentimental. Así que, con las riendas recuperadas, decidí quedarme con lo mejor de la persona que yo había sido en los doce últimos años y añadirle todas aquellas cosas que me había perdido en los años en que solo importaba la felicidad conyugal. Y cuando digo decidí, estoy siendo muy poco fiel a la realidad, porque fue algo completamente inconsciente. 


Gatitos de YouTube
Por favor, Diosito, haz que esta pirada deje
de utilizarnos como metáfora del amor

¿Cómo se aplicó eso a mi día a día? Continué con mi trabajo, con mis responsabilidades familiares y con mis aficiones de toda la vida. ¿Y qué añadí? Es difícil ver lo que te estás perdiendo cuando llevas muchos años siendo el cincuenta por ciento de una pareja. Y es incluso más difícil valorar lo que puedes recuperar cuando la herida ya no duele, pero aún pica. Pero hay miles de esas cosas: una escapada a la playa con tu mejor amiga soltera, esa que otros veranos no vendría porque a nadie le gustan unas vacaciones a tres; disfrutar del silencio cuando llegas a casa tras un mal día y lo único que te apetece es un poco de tele (basura) y comida (basura); salir de casa un viernes a tomar unas cañas y volver a asomar la cabeza el domingo por la mañana, sin tener que dar explicaciones a nadie ni enfrentarte a miradas juzgadoras; de verdad, MILES DE COSAS.

Siempre he tenido una cierta tendencia a la hiperactividad. Y a la impaciencia. Cierta tendencia a la hiperactividad y a la impaciencia es un eufemismo acojonante de lo quiero todo para anteayer. Así que, entre eso y un par de afortunadas alineaciones de los astros, me encontré a los seis meses de mi divorcio con:
  • Muchas amistades recuperadas. Que no es que las hubiera perdido por estar casada, nada más lejos de la realidad, pero hacía muchos años, muchísimos, que no llamaba a una amiga para contarle un problema grave. Por suerte o por desgracia, ese papel lo cubría mi pareja.
  • Un piso nuevo, precioso. Comprado en un golpe de suerte y reformado hasta ser exactamente lo que yo quería. Un lugar donde comenzar una nueva vida. 
  • Una pequeña agenda de amigos. No me voy a extender más en esta materia porque, repito, mi madre puede estar al aparato. Madre, si estás ahí, ¿no tienes otra cosa que hacer que leer esto? Desgraciadamente, lo de pequeña no es una mentira pudorosa. Si de mí dependiera, tendría que escribir la agenda en una sábana de 2x2 metros.
  • Dos novelas terminadas y otras dos en camino. Sí, ese proyecto que siempre rondó mi cabeza y jamás tomó forma. No la tomó porque hubo un tiempo en que, en mi vida, era más urgente hacer las coladas siguiendo una rutina semanal que volcar mis emociones sobre un papel. Hoy, en este momento en que escribir es (casi) lo único que me importa y me llena, he ido a trabajar con la parte inferior del bikini por ausencia de bragas limpias tras tres semanas de creatividad disparada e inactividad de la lavadora.
¿Qué tiene que ver todo esto que estoy contando con el título del post? Pues que la puta gente me sigue preguntando que cuándo pienso rehacer mi vida. A ver, centrémonos, no es que esté rodeada de gilipollas profundos que meten el dedo en el ojo con ese tipo de pregunta (alguno hay; alguna; tú; si me lees, sabes quién eres; me caes fatal). Pero siempre hay comentarios. Muchos comentarios, bastantes más de los deseables. Este tipo de comentarios (aporto también mi respuesta por si a alguien le sirve, que a veces soy una tía graciosa que te cagas):

EJEMPLO 1
Persona que me cae mal 1: ¿Qué tal? ¿Estás con alguien?
Yo: Emmmm, no. 
PQMCM1: Oh, ¿y eso?
Yo: Eso es mi amiga y no baila (en realidad nunca he contestado esto, pero, ¡Dios!, cómo me gustaba ese chiste en la adolescencia). La respuesta real a esto la voy variando, porque no hay un motivo real por el que no estoy con nadie: oscilan entre un «no ha surgido» y, sobre todo, un «qué te hace pensar que me apetece meterme en una relación después de casi trece años de vida conyugal». 

EJEMPLO 2
Persona que me cae mal 2: ¡Hola! ¿Qué es de tu vida? ¿Cómo va todo?
Yo: Pues fenomenal. Acabo de terminar una novela y se está vendiendo muy bien en Amazon. ¡Ah! Y al fin han acabado las reformas de mi nuevo piso, y me mudo esta semana.
PQMCM2: ¿Y con tu ex qué tal? 
Yo: Emmmm, bien. Divorciados, más que nada.
PQMCM2: Oh, vaya, lo siento mucho. ¿No hay posibilidad de que volváis?
Yo: Pues no, supongo. Tampoco es lo que querría en estos momentos.
PQMCM2: (No responde. Dedica todas sus energías a que no se note que no cree ni una palabra de lo que he dicho. O a que se note un montón. Nunca me queda claro este punto).

EJEMPLO 3
Persona que me cae mal 3, pero a la que quiero y que sé que se preocupa sinceramente por mí (y no, no es mi madre; mi madre mola más que todo el resto de la humanidad junto): Deberías plantearte en serio rehacer tu vida.
Yo: ¿Más en serio que, a los seis meses del divorcio, seguir con mi trabajo, haberme puesto al fin a escribir, haberme comprado un piso (y dirigido su reforma) y tener la agenda de ocio repleta de eventos?
PQMCM3,PALQQYQSQSPSPM: Ya sabes a lo que me refiero.
Yo: ¿A que tengo que tener un novio / futuro marido?
PQMCM3,PALQQYQSQSPSPM: Tienes treinta y cuatro años.

Mi reacción habitual a los ejemplos anteriores

Esta última conversación es la que realmente me preocupa. Olvidemos por un momento de qué va el tema y leamos el diálogo. ¿No es un diálogo de besugos? Tienes treinta y cuatro años solo debería ser respuesta a la pregunta ¿Cuántos años tengo?, ¿no? Pues no. Soy mujer. Casi treinta y cinco. Divorciada. Sin hijos –¡paren las rotativas! ¡se le pasa el arroz!–. Mi vida debería girar única y exclusivamente alrededor de una cosa: tener pareja. ¿Por qué? Porque cuando he dejado de tenerla, no importa cómo de bien me vaya en todo el resto de parcelas de mi vida, todo el mundo se ha empeñado en que tengo que rehacer mi vida. Rehacer. Algo se REhace cuando está DEShecho. Mi vida no está deshecha. Mi vida actual me gusta bastante más que la de hace siete años. Indudablemente, muchísimo más que la de hace dos. Pero, para mucha gente, mi vida era plena cuando tenía pareja, ha dejado de serlo y tengo que rehacerme con otro novio o marido. Ojito. Novio o marido, eh. Nada de sexo ocasional, que eso solo demostraría que me estoy vengando (¿Sales por la noche como venganza hacia tu ex? me llegó a preguntar un amigo no hace mucho; a mí, que me ha gustado siempre más la noche que a Drácula) o que estoy tan triste que me autoengaño con polvos ocasionales. Hablando del tema, ¿hay algún divorciado –macho– en la sala a quien sus amigos le hayan dicho alguna vez Hey, tío, no te folles a la rubia esa que está tremenda porque posiblemente sigas enamorado de tu ex mujer y esto solo lo estés haciendo para desquitarte?  

¿Conclusión? (Sí, a veces concluyo lo que escribo y todo). Exterminemos del lenguaje cotidiano el concepto rehacer la vida aplicado a encontrar una nueva pareja. Expresémoslo así, simple: encontrar pareja. A mí me parece fantástico que alguien me pregunte ¿Y te planteas encontrar pareja? Puede dar lugar a una conversación interesante, constructiva y/o divertida. Pero al próximo que me diga ¿Y te planteas rehacer tu vida? le voy a contestar que el único motivo por el que mi vida podría estar deshecha es estar perdiendo el tiempo manteniendo esa conversación con un homínido involucionado. Es que yo soy muy de contestar así, borde. Quizá por eso no consigo rehacer mi vida. Ouch. Mierda.

  • Compartir:

Puede que te interese...

9 comments